martes, 29 de diciembre de 2015

Alena

Leído en diciembre de 2015. Cómic de terror con vocación novelística à la Stephen King —de hecho, los ecos de Carrie resuenan con fuerza— que propone un viaje sin retorno por la psique torturada de la joven Alena, un viaje con parada en todas las estaciones programadas y desenlace según lo previsto. Fantasmas, amores prohibidos, venganzas, sangre, mutilación y gore se suceden en unas páginas rebosantes de tensión, en las que destaca un dibujo funcional con sabor a terror mainstream y una narración fluida, de elocuente planificación cinematográfica —de hecho, existe adaptación fílmica, que pudo verse en Sitges 2015—. El ambiente opresivo de un colegio pijo en el que la protagonista sufre el acoso inmisericorde de sus crueles compañeros, un secreto insoportable, mucha tensión sexual y unos pocos pero contundentes estallidos de violencia salvaje son los ingredientes de un cómic de terror con acento en lo psicológico, que se aleja tanto de lo que el sello Sapristi nos ha ofrecido hasta ahora como de las propuestas de género que nos llegan en catálogos de otros editores.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Fatale 5: Maldice al demonio

Leído en diciembre de 2015. Quinto y último volumen de la serie que me ha acompañado durante algo más de año y medio, que es tanto como decir que me ha acompañado desde que existen estos papeles del Club Zorglub —de hecho, la nota del primer volumen fue una de que inauguraron este espacio—. Recomiendo al lector curioso que navegue por el archivo en busca de mis entusiastas notas sobre los cuatro primeros tomos: comprobará que el primero y el segundo eran muy parecidos en términos de estructura narrativa, que el tercero consistía en digresiones que enriquecían la historia y que el cuarto recuperaba la gran estructura del relato, que no era otra que la construcción de líneas temporales paralelas en los que los hechos del pasado afectan a los del presente siempre de manera coherente con los lógicas del noir y del horror.
En este quinto volumen las líneas temporales convergen y, salvo breves y ocasionales flashbacks que complementan la biografía de ciertos personajes, toda la acción se produce en el «presente» de la ficción. Nicholas Lash encuentra por fin a Josephine —o ella lo encuentra a él; o simplemente se encuentran— y todo llega a su fin. Literalmente. Todo.
Los grandes momentos del volumen vienen dados por el entusiasmo con que Brubaker se entrega a lo Oscuro: vemos en este desenlace de la historia mucho menos noir y mucho más acercamiento al puro Horror Cósmico, al que se venera con una intensidad no vista en las anteriores entregas de la serie. La historia se cierra atendiendo a una lógica causal, pero también obedeciendo a un desplazamiento de género. Y lo hace de forma plenamente satisfactoria. Si fuera necesario poner un pero a este quinto tomo, podríamos decir que el trayecto narrativo de la serie pedía un final algo menos atropellado, pero en cualquier caso esa sería una pega menor. En conjunto, la quinta entrega de la serie está a la altura del viaje alucinado (y alucinante) que Brubaker y Phillips nos han propuesto por los barrios más mugrientos y marginales del noir y del horror sobrenatural.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Cruzando el bosque

Leído en noviembre de 2015. No soy un gran especialista en el terror escrito por mujeres (de hecho, ni siquiera soy un lector disciplinado en el tema), pero he disfrutado en bastantes ocasiones perdiéndome en los bosques y laberintos de palabras escritas por Shirley Jackson, Angela Carter, Caitlín R. Kiernan o Lisa Tuttle. Y sé (insisto, sin ser un gran conocedor), que hay algo en la mirada femenina al horror y a la fantasía oscura que me es absolutamente grato. Con este Cruzando el bosque, exquisito compendio de historias de terror con ecos de folclore centroeuropeo y aromas de novela gótica y horror grotesco, declaro a Emily Carroll representante del medio (del medio cómic, claro) en el club de grandes damas de lo macabro y lo siniestro liderado por las anteriormente citadas. De hecho, leer a Emily Carroll me ha evocado directamente momentos vividos en las páginas de la gran maestra Angela Carter. Huérfanos desvalidos, esposas barbazulescas arrojadas a peripecias escalofriantes, licántropos, monstruos abominables y reptantes… recorren las planchas de Cruzando el bosque en historias que aúnan de forma armónica la brillantez de Carroll como escritora de frase corta y activadora de los mecanismos del miedo y su dominio de todos los constituyentes del lenguaje de la historieta —un dibujo exquisito, más emparentado con el diseño y la ilustración que con cualquier idea ortodoxa de cómic de terror, un trabajo en la composición de página nunca evidente y rutinario, un brillante uso de la letra como signo expresivo—.
En “La casa del vecino” el lector siente el aislamiento, el frío, los horrores que acechan a los niños en las casas aisladas del bosque. “La Dama de las manos frías” es un canónico relato gótico en el que el uso expresivo de la tipografía alcanza el cénit en una canción que no es que de miedo “oír”, sino que aterra “ver”. Otros momentos memorables del libro son el uso del diseño como vehículo del discurso narrativo en el final de “Y la cara toda roja”, la expresión de los rostros en el aterrador cuento de fantasmas “Mi amiga Janna”, o los twist de guión que hacen inolvidable la que acaso sea la historia más convencional en diseño y puesta en página: “El nido”. El conjunto se cierra con “En resumen”, un epílogo de once páginas que ya es en sí mismo una obra maestra del cómic de horror.
Cruzando el bosque es un libro imprescindible para entusiastas del miedo, a los que mostrará que, agazapado en las sombras, existe un cómic diferente esperando su oportunidad para producir escalofríos perdurables. No sería correcto terminar esta anotación en Los papeles… sin destacar que la magnífica producción editorial del sello Sapristi está en perfecta sintonía con el valor de la obra.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Matar a mi madre

Leído en septiembre de 2015. Tras un período más largo de lo previsto de inactividad lectora, vuelvo a registrar una lectura en este diario con la esperanza de que alguno de sus visitantes la tome como una recomendación. Suelo decir que este no es un espacio de crítica o reseña, sino un simple diario de anotaciones personales, pero en el caso de Matar a mi madre no quiero evitar recomendarlo explícitamente a cualquier lector que no haya advertido su presencia en las librerías o no le haya prestado atención. Y lo hago sabiendo que es una recomendación que conlleva cierto riesgo, porque es evidente que Matar a mi madre no es un cómic que vaya a gustar a todo el mundo.
El Feiffer escritor, en un frenesí novelesco saturado de tramas detectivescas, asuntos de familia irresolutos, secretos y mentiras, y mucho plomo (de balas) ofrece y demanda una lectura atenta y minuciosa. Más exquisito si cabe es el Feiffer narrador en dibujos, con su inagotable desfile de formas de composición de página, su variedad de recursos en el montaje sintético y analítico, sus perspectivas forzadas y con la peculiar y asombrosa poética que emana de las figuras de los personajes que pueblan esta historia que parece en blanco y negro pero es en color —concretamente, en el color de las películas en blanco y negro—.
En cualquier caso, y como no puede ser de otro modo, toda esa exigencia tiene premio tanto para el lector interesado en “las historias” como para el interesado en “las formas”. Por una parte, en sus conflictos arrebatados de melodrama con misterio, esta magistral novela gráfica de Jules Feiffer proporciona una historia canónica para amantes del noir. Por otro, en sus pasmosos planos generales que engloban secuencias narrativas completas o en sus análisis dibujados del puro ritmo —en las escenas de baile o boxeo, o en las secuencias de enfrentamientos armados—, Matar a mi madre encierra un millón de lecciones sobre la narración gráfica.

viernes, 12 de junio de 2015

Cómo caer mal a un artesano

Leído en junio de 2015. Como ya anotamos en estos papeles en enero de este año con ocasión de la lectura de Atentos a sus pantallas, Mauro Entrialgo es un agudo observador y comentarista de las costumbres y los tipos sociales contemporáneos. En este pequeño libro-objeto, ideal como regalo desenfadado para amigos con sentido del humor, el autor pone su talento para la observación al servicio del chiste conciso y contundente de una sola viñeta. A diferencia de otros libros en los que el ingenio en la sátira o la ironía del autor gravita en torno a un tema, un concepto o una idea unitaria, Como caer mal a un artesano carece de otro hilo conductor que no sea el humor epatante y borrico. Interesante encontrar en este librito al Mauro Entrialgo más gamberro y, al mismo tiempo, más dispuesto a la complicidad con el lector: no es un detalle menor que el título del libro fuera el resultado de una consulta del autor a sus lectores, quienes decidieron con sus votos entre varias alternativas. El compromiso de Mauro de respetar el resultado y su decisión de sortear algunos ejemplares entre los participantes en la votación hicieron de la consulta popular un juego al que como lector apetecía sumarse. Este comentarista resultó ganador de uno de los ejemplares sorteados, cosa que hay que agradecer desde esta página al autor y a Diábolo Ediciones.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Batman/Edgar Allan Poe: Nunca más

Leído en mayo de 2015. Antes de que emergieran los guionistas estrella de la segunda mitad y de finales de los ochenta existió una clase media de escritores que hicieron avanzar al cómic de género entregando historias funcionales y orientadas por completo a la diversión de los chavales, pero serias, bien construidas y casi siempre respetuosas con la inteligencia de esos mismos a los que entretenían. Fueron los Roy Thomas, Steve Englehart, Bruce Jones, Doung Moench o Len Wein —entre otros—, autores que ocupan puestos de honor en la memoria de muchos conocedores del cómic, pero que a veces parece que han sido relegados a un papel secundario en la historia del medio.
El último de los citados, Len Wein, merece, a mi juicio, el máximo reconocimiento. Co-creador de La Cosa del Pantano (Swamp Thing) junto a Bernie Wrightson, fue también responsable de la co-creación, con Dave Cockrum, de personajes muy conocidos por los aficionados a los superhéroes —Rondador Nocturno, Tormenta, Coloso—, en la época en que los guiones de Wein fueron el eslabón que unió la primera encarnación de La Patrulla-X y la que después, y de la mano de Chris Claremont, se convertiría en el grupo de personajes más importantes de Marvel. La veteranía es, la mayoría de las veces, un grado, y emprender la lectura de cualquier cosa escrita por Len Wein suele ser garantía de disfrutar de un cómic escrito con oficio. Por su parte, el dibujante Guy Davis —conocido por muchos lectores por su trabajo en Sandman Mistery Theater, Hellboy y AIDP— es un fijo en asuntos de misterio e historia alternativa desde que revelara su talento en Baker Street (publicada por Caliber Comics).
Wein y Davis realizaron en 2003 Batman/Edgar Allan Poe: Nunca más —cuyo título original en su publicación original en cinco comic books fue simplemente Batman: Nevemore—, que ahora publica ECC Ediciones en un solo volumen y en la que ambos autores muestran mucho más que oficio. De naturaleza doblemente juguetona —por un lado es un producto de la línea Elseworld, uno de esos títulos que plantean historias de personajes del universo DC en espacios y tiempos completamente ajenos a su continuidad tradicional; por otro, es un ejercicio de historia alternativa que incluye a Edgar Alan Poe como personaje—, Batman/Edgar Allan Poe: Nunca más es un excelente cómic por varios motivos y gracias a ambos autores. A Wein le debemos el magnífico planteamiento —Batman y Poe investigan juntos una serie de crímenes— y una espléndida integración tanto de Poe como personaje en un universo ficticio como de los argumentos y motivos de los cuentos clásicos del poeta de Baltimore en el devenir de la historia.
Respetando la voz de un narrador que es inequívocamente Poe, diversos momentos, personajes y aromas directamente sacados de Los crímenes de la calle Morgue, El pozo y el péndulo, La caída de la Casa Usher o La máscara de la muerte roja se congregan alegre y eficazmente en una historia clásica (y a la vez perversa) de detectives, a la que otorga un delicioso aire de época el dibujo de Guy Davis, que como siempre combina su visión pulp con las influencias de la gran pintura europea de cosmovisión grotesca y macabra y de los grandes maestros de la bande dessinée “culta” (imposible no pensar en François Schuiten). El volumen incluye las ilustraciones realizadas por Bernie Wrightson para las portadas de las cinco entregas originales. Para ese anotador de Los papeles del Club Zorglub, que siempre ha sido amante de la obra de Poe, del cómic macabro y, no lo vamos a negar ahora, de Batman, se trata de un cómic imprescindible.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Creepy 4

Leído entre abril y mayo de 2015. Llegado este punto, la lectura en orden cronológico de los Archivos de Creepy requiere disciplina y templanza de ánimo. Después de tres volúmenes que recogían el notable —por distintas razones— recorrido de Creepy entre los números 1 y 15, llega la cuarta entrega del integral de la revista Warren, que recopila del 16 a 20, los primeros números realmente "conflictivos" de Creepy.
¿Por qué conflictivos? Pues porque en octubre de 1967 (tras el número 17) Archie Goodwin dimitió como editor por las razones que todos podemos suponer: problemas económicos de la empresa. La mayoría de los dibujantes que habían colaborado hasta ese momento acompañaron a Goodwin en su marcha, dejando a la editorial sin historias y sin profesionales a quien pedirlas. Desde ese momento, y en una situación que se prolongaría hasta el número 32 (abril de 1970), James Warren se vio obligado a recurrir a reimpresiones de material ya publicado. Los números 18 y 19 de Creepy aparecieron con cinco historias cada uno, entre ellas alguna reimpresión —“El rastro de Frankenstein” en el 18 y “Trabajo de monstruos” y “El cristal con que se mire” en el 19, publicadas previamente en Eerie— y el 20 apareció con solo dos historias nuevas y tres reeditadas que provenían de números anteriores de la propia Creepy. La decadencia de la revista era evidente.
En el volumen 4 de los Archivos, Dark Horse decidió no incluir las reimpresiones de la propia Creepy, pero sí las que provenían de Eerie, a pesar de que ya habían aparecido en el primer volumen de la edición integral de esta cabecera. Al margen de las ediciones editoriales de Dark Horse, podemos decir que la imagen de decadencia de esa época de Creepy se traslada inequívocamente a este volumen 4, que se ve lastrado tanto por esas reimpresiones que aparecen o no, como por la perceptible mengua de la calidad de las historias. En las páginas del libro se hace evidente la ausencia de Archie Goodwin y se intuye la precipitación en la entrega de creadores de la talla de Neal Adams o Steve Ditko, que presentan trabajos resultones pero de nivel un poco menor del habitual. Aún así, el hecho de que se incluyan esa historias dibujadas por Adams y Ditko, los trabajos de un primerizo Jeff Jones (“Ángel de la perdición”), de los veteranos Joe Orlando (“La mano de la momia”) y Johnny Craig (“Tercer acto”), de Tom Sutton (“Figura de cera”) y Rocco Mastroserio, hace que este libro merezca un lugar tan honorable en mi biblioteca como los anteriores volúmenes de esta edición integral —y como tal con sus altibajos— de Creepy.

domingo, 3 de mayo de 2015

Darth Vader 1 / Star Wars 2

Leído en mayo de 2015. El segundo número de Star Wars de Aaron y Cassaday sigue la historia en el punto en que quedó en el primero. Lo que leemos, por tanto, es la estricta continuación de la refriega del trío protagonista con las fuerzas del Imperio. El número contiene apenas tres o cuatro escenas —todas ellas largas y desarrolladas con brillantez narrativa por Cassaday— que incluyen un par de momentos de acción sumamente gozosos. Una lectura agradable por lo que cuenta y, sobre todo, por lo bien que lo cuenta.
Si en Star Wars Aaron y Cassaday nos explican las peripecias desde el punto de vista de los héroes de la Alianza Rebelde, en Darth Vader Kieron Gillen y Salvador Larroca, dos autores hot en la Marvel reciente por sus trabajos en Thor o Iron Man, nos cuentan la historia desde el punto de vista del Imperio, con el enorme personaje que es Darth Vader como protagonista total.
El planteamiento es, desde luego, muy interesante, pero a mi juicio la serie no alcanza en este primer número el mismo nivel que su colección hermana. Aunque la presencia de un icono como Darth Vader asegura placeres para muchos tipos de lectores, lo que Gillen y Larroca ofrecen a lo largo de este primer número son, fundamentalmente, conversaciones del más famoso de los Lores Sith con otros personajes, conversaciones siempre basadas en la amenaza, en la intimidación; basadas, en suma, en la “política”. Teniendo en cuenta que la máscara de Darth Vader —a pesar de ser, como se ha dicho, muy “icónica”— no es especialmente expresiva, se echa de menos que el planteamiento dramático vaya un poco más allá de mostrar una serie de escenas de diálogo un tanto estáticas. Sin duda así será, pues el final de este primer número de Darth Vader presenta ya a unos personajes muy esperados, y anuncia una trama, ya conocida por los espectadores y lectores de la saga, que promete emoción.

miércoles, 29 de abril de 2015

Los espíritus de los muertos

Leído en abril de 2015. Soy de los que cree que la aparición de un nuevo cómic de Richard Corben en el mercado es siempre una buena noticia. No creo que importe demasiado que, como señalan algunos críticos, en ocasiones no llegue a alcanzar el mejor estado de forma como dibujante, porque sus facultades como narrador siguen siendo indiscutibles. Además, si la novedad de Corben en concreto es un conjunto de adaptaciones de Edgar Allan Poe, la satisfacción es doble, porque de buen cómic de terror y de buenas adaptaciones de clásicos no andamos precisamente sobrados.
Los espíritus de los muertos es la recopilación completa de las versiones de cuentos y poemas de Poe que Corben ha ido publicando en el seno de la editorial Dark Horse en los últimos dos años. El material que se incluye en el libro fue publicado en forma de comic book en Edgar Allan Poe's The Conqueror Worm (2012), Edgar Allan Poe's The Fall of the Houe of Usher 1 y 2 (2013), Edgar Allan Poe's Morella and The Murders in the Rue Morgue (2014), Edgar Allan Poe's The Raven and the Red Death (2013) y Edgar Allan Poe's The Premature Burial (2014), y en diferentes entregas de la cabecera miscelánea Dark Horse Presents. A esas historias se añaden una introducción del especialista M. Thomas Inge, una galería de las portadas originales y el poema de 1827 que da título al volumen, que no se encuentra adaptado aunque sí traducido al español.
En lo que podría verse como una decisión discutible, el volumen se abre con la historia en la que menos luce el dibujo de Corben. “Solo” (Alone) es la adaptación de un poema “maldito” de Poe —de hecho, no fue publicado en vida del poeta—, en la que Corben no muestra su nivel como dibujante, pero sí su fuerza para el diseño de página y para la creación de tensión y fuerza narrativa en cada viñeta. “Solo” es uno de los grandes experimentos del libro, dado que Corben se atreve a lo que no suelen atreverse muchos autores —adaptar poesía—, asentado en la idea de que adaptar no es replicar, sino crear una obra a partir de otra, y alejándose de cualquier búsqueda necesariamente frustrante de una pretendida fidelidad al material de origen. “La ciudad en el mar”, “La durmiente” o “El gusano conquistador” son ejemplos de ese impulso relector, o más bien reinterpretativo, hecho desde un absoluto respeto al poeta y desde una profunda comprensión de la obra.
Otro de los experimentos corbenianos —acaso el más discutible a ojos de los entusiastas de la originalidad— es el regreso a obras ya transitadas. Un ejemplo es “El cuervo”, poema que el autor ha adaptado en tres ocasiones—las dos anteriores aparecieron en el número 67 de Creepy en 1975 y en el número 1 de Haunt of Horror en 2006—. En este caso, lo interesante es que Corben remite al mismo tiempo al poema original de Poe y a su propia adaptación anterior, utilizando tanto elementos ya empleados como diferencias muy significativas. También regresa el autor a la mencionada “El gusano conquistador”, que ya adaptó en Haunt of Horror, pero en este caso las diferencias son mucho mayores que las semejanzas, como ocurre también en “La caída de la Casa Usher”, que ya fue una de las historias míticas del autor en los primeros años ochenta y que ahora retorna en curiosa mezcla con “El retrato oval”. Lejos de ser un síntoma de pereza o de falta de ideas, esta insistencia de Corben por volver a construir sobre textos ya adaptados revela una obsesión —tema poeiano por excelencia— por aprehender la esencia de un clásico y un notable interés por el modelo creativo de las variaciones sobre un tema.
Entre todos los momentos satisfactorios que se encuentran en Los espíritus de los muertos hay varios que merecen mención especial: la prodigiosa narración en la que nada sobra de la adaptación de “La durmiente” —convertida para la ocasión en un melodrama de crímenes y venganza de ultratumba—, el detallismo obsesivo de “Berenice”, la micro-narración de la escena del último crimen del “monstruo” en “Los asesinatos de la calle Morgue”, el uso del color en “La máscara de la Muerte Roja” —que demuestra el rigor con el que Corben piensa en lo que debe ser una adaptación—, la compleja estructura narrativa de “El gusano conquistador” o la intensidad de lo macabro en “El entierro prematuro”. Son momentos que hacen de Los espíritus de los muertos un libro que, sin ser ni mucho menos perfecto, se sitúa cómodamente muy por encima de la media en el panorama actual y demuestra que, como dice el refrán, “quien tuvo, retuvo”. Y Corben tuvo, y retuvo, mucho.

domingo, 26 de abril de 2015

Star Wars 1

Leído en abril de 2015. Aunque, como es bien sabido, no es la primera vez que Marvel edita los cómics de Star Wars, esta nueva encarnación editorial de la cabecera tras la larga etapa en que la franquicia ha sido explotada por Dark Horse tiene algo de inaugural, de gran acontecimiento. Al fin y al cabo, tiene que notarse que tanto Lucas Films como Marvel forman parte ahora de la familia Disney, el conglomerado empresarial de entretenimiento más grande del mundo. Y vaya si se nota.
Para dotar a Star Wars del máximo atractivo posible, los responsables editoriales de Marvel escogieron a uno de sus guionistas estrella: Jason Aaron, un autor que ha pasado por algunas de las títulos más importantes de la casa, y lo hizo formar equipo con dos artistas de máximo nivel: John Cassaday y Laura Martin.
El primero es un dibujante de manifiesto espíritu clásico —del espíritu de los clásicos de la ilustración, se entiende—, tremendamente hábil para el retrato y la anatomía y muy dotado para un estilo de narración que, sin dejar de ser cómic en ningún momento, conecta con “otros” lectores mirando de frente con valentía al lenguaje del cine —no en vano Cassaday tiene formación como realizador cinematográfico e incluso debutó en asuntos audiovisuales dirigiendo el episodio de Dollhouse ‘The Attic' por expresa invitación del creador de la serie Joss Whedon, con quien el dibujante formó equipo creativo en los extraordinarios veinticuatro primeros números de Astonishing X-Men—. Por su parte, Laura Martin es una fantástica colorista sobre cuyas virtudes no es necesario extenderse —digamos que basta con recomendar abrir Star Wars por una de las páginas en las que aparece Chewbacca—.
El trío Aaron-Cassaday-Martin despliega en este primer número de la colección lo que apunta a ser un cómic ágil y divertido, muy agradable de leer y, sobre todo, muy identificable con el espíritu Star Wars. La recreación de los personajes, tanto en el aspecto visual como en las líneas de diálogos que se les atribuyen, es notable, y la puesta en página de Cassaday es considerablemente efectiva. Aunque un tebeo de veinticuatro páginas es solo es un aperitivo, hay en este primer número un par de escenas que prometen una gran colección. Sin dar demasiados detalles, diremos que una de esas escenas es la que nosmuestra a Chewbacca ejerciendo labores de francotirador; la otra es la que implica la aparición de ciertos vehículos de transporte terrestre muy característicos de la saga. Escenas que se diría que están pensadas y ejecutadas para emocionar hasta al fan de permanente ceño fruncido.

domingo, 19 de abril de 2015

17. Vivir, revivir, sobrevivir

Leído en abril de 2015. El género de la autobiografía no es muy abundante en cómic pero tampoco es del todo infrecuente. De hecho, es uno de los territorios en los que el tebeo alternativo y la llamada novela gráfica se mueven con comodidad desde que Harvey Pekar y Will Eisner sentaran las bases de las posibilidades del relato autobiográfico en viñetas. La inclusión de la enfermedad como tema en el cómic es bastante menos habitual, aunque ha dado ejemplos de obras excepcionales como las siempre citadas en relación al tema Píldoras azules de Frederik Peeters o La ascensión del gran mal de David B., que narran cómo las vidas de sus autores se ven afectadas por la enfermedad de seres queridos. Combinar autobiografía y enfermedad, es decir, relatar cómo un percance grave de salud marca la propia vida, es aun menos común. Y eso, precisamente, es lo que hace Àlex Santaló en este 17. Vivir, revivir, sobrevivir. El autor parte de dos acontecimientos determinantes en su vida, la detección de un primer tumor a los 17 años y de un segundo 17 años después, y narra una historia que trasciende el relato de un suceso infortunado para convertirse en una celebración de la vida. No faltan en el libro, evidentemente, escenas de dolor explícito, tratamientos traumáticos e incapacitantes y momentos de desánimo, pero la imagen del autor que queda en el lector es la de un joven valiente y decidido a afrontar los reveses de la vida con la mejor disposición posible. En este sentido, el libro de Santaló es una obra de vitalismo honesto, que no busca la emoción fácil ni la enseñanza “ortopédica”. En ningún momento se desprenden de la lectura mensajes como “el cáncer me enseñó cosas” o “el cáncer me hizo mejor persona”, sino simple y llanamente un “el cáncer pasó por mi vida y esto es lo que me trajo”. Es, en definitiva, una obra digna y leal con la condición humana.
Aunque este es un registro de mis lecturas y no una página de crítica y recomendaciones, quizá deba dejar claro en este punto que Àlex Santaló y yo somos amigos. Puede que eso influya en mi apreciación de la obra, pero mi relativa cercanía a él también me permite adquirir cierta distancia con el tema de la obra. Así lo hice cuando me invitó a presentar su libro y tuve la oportunidad de avisar a los presentes al acto de algo de lo que también debo avisar al eventual lector de este blog: no conviene dejarse deslumbrar por la fuerza del tema, porque eso nos puede llevar a pasar por alto las muchas otras virtudes que tiene 17. Vivir, revivir, sobrevivir. Con una estructura narrativa desarrollada en dos niveles temporales —2011, cuando aparece el segundo tumor, y 1994, cuando el cáncer golpea por primera vez— y en dos niveles de cotidianeidad —la “real” y la imaginaria—, con un brillante uso de la relación blanco y negro/color —vinculado, aunque con matices, a esos dos niveles de realidad mencionados— y con una infinidad de referencias a la cultura del cómic, el cine, la música y el juego —que adquieren en la obra el estatuto de auténtica “fuerza vital”—, este álbum de Àlex Santaló es, además de un relato cautivador y emocionante, un cómic muy apreciable por su uso del lenguaje y la técnica del medio. Una obra que va a estar, sin duda, en muchas listas de lo mejor del año.

martes, 7 de abril de 2015

Creepy 3

Leído en abril de 2015. Aunque en los dos anteriores libros de la colección ya podíamos encontrar buenos ejemplos del tipo de relato corto de horror con el que Creepy pasaría a la historia, en este tercer volumen de la recopilación de la revista empieza a quedar muy claro que la cabecera de Warren Publishing estaba destinada a marcar época con su asombroso nivel y a grabar a fuego un buen puñado de historias en el recuerdo de los aficionados al terror. En este tercer volumen continúan las historias siempre eficaces y muy a menudo sorprendentes del que fuera responsable máximo de los contenidos de la revista, el gran Archie Goodwin, cuyo talento para el relato corto con giro final se muestra en su máximo esplendor. Historias como “El hombre bestia” (Creepy 11, 1966), “La oscura casa de los sueños” (Creepy 12, 1966), “Miedo sobre piedra” (Creepy 13, 1967) o “La maldición del vampiro” (Creepy 14, 1967) bastarían para situar a Goodwin entre los grandes creadores del terror de todos los tiempos. Mención aparte merece su excelente labor como divulgador de los clásicos del género entre la juventud estadounidense, como ilustra perfectamente la inclusión en el volumen de magníficas adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe (“Hop-Frog”, Creepy 11), Bram Stoker (“La india”, Creepy 13)o Washington Irving (“La aventura del estudiante alemán”, Creepy 15, 1967). En el apartado gráfico, esta tercera entrega de Creepy proporciona incontables satisfacciones: maestros como Steve Ditko, Gene Colan o Joe Orlando siguen ofreciendo arte mayúsculo, y Reed Crandall brilla en su adaptación de “Hop-Frog”, mientras se incorporan a la cabecera en este tercer volumen el brutal talento expresionista y macabro de Jerry Grandenetti y el inmenso Neal Adams. En una próxima entrada de este diario de lecturas tendremos ocasión de hablar del bajón de calidad que la revista tuvo —y que se pudo apreciar muy claramente en algunos números que recopila el cuarto volumen—, pero por ahora digamos que este tercer tomo de Creepy es, sin duda, un libro fundamental en la biblioteca de culaquier aficionado al cómic y/o al terror. Y, por suerte, quedan unos cuantos volúmenes para continuar con la necesaria (re)lectura completa por orden cronológico de la maravillosa revista con la que el editor Jim Warren cambió la vida de tanta gente.

lunes, 9 de marzo de 2015

Batman 7: El regreso del Joker - Parte 1

Leído en marzo de 2014. Continúo con la lectura de los tomos recopilatorios de Batman de periodicidad trimestral y llego al séptimo, que recoge los comic book Batman 14 y 15 y Detective Comics 14 y 15, todos ellos publicados originalmente en 2012. Los dos primeros contienen dos episodios del crossover El regreso del Joker: La muerte de la familia, cuyo título original es una clara referencia al mítico arco argumental de Jim Starlin y Jim Amparo A Death on the Family (1988-1989), en el que se narraba la muerte del segundo Robin, Jason Todd, a manos del Joker. Sin profundizar demasiado en la historia del personaje de Jason Tood, puede decirse que lo ocurrido en A Death on the Family fue durante mucho tiempo un acontecimiento crucial en la continuidad de la serie y en la evolución de Batman. Con tan ilustre referencia en el título, el lector de este nuevo crossover no puede más que esperar un relato vibrante, cargado de tensión y de reflexiones sobre el amor y la responsabilidad de Batman hacia los suyos. Sin embargo, lo que se plantea en estos dos episodios iniciales es simplemente (que no es poco) un nuevo enfrentamiento entre Batman y un Joker de energías y locuras renovadas, que, eso sí, anuncia a lo grande que pretende acabar con toda la familia del justiciero de Gotham. Como es ya habitual en esta nueva etapa de Batman, el argumento de Scott Snyder es intenso y emocionante en su acercamiento al psycho-thriller, mientras que el dibujo de Greg Capullo no ofrece en esta ocasión grandes sofisticaciones narrativas, pero sí alicientes para disfrutar de una mirada atenta a las páginas. Por su parte, en sus dos entregas de Detective Comics John Layman y Jason Fabok nos relatan el enfrentamiento de Batman con unos cuantos enemigos clásicos: El Pingüino, Hiedra Venenosa y Clayface, en una historia que tiene momentos francamente sugerentes y que resulta una buena lectura dentro de los estándares del género.

martes, 3 de marzo de 2015

Marvel Limited Edition: The Rampaging Hulk

Leído en febrero de 2015. Los magazines en blanco y negro editados por Marvel Comics en los setenta son un material muy apreciado por coleccionistas y nostálgicos de la época dorada de la editorial. Más allá del valor anecdótico que tiene el hecho de que Marvel apostara por un formato diferente a su habitual comic book buscando un público más adulto y sofisticado, estos productos editoriales son valiosos y siguen vigentes porque ofrecían excelentes trabajos de autores comprometidos con el cómic de calidad. Cabeceras como, por citar unas pocas, Savage Tales, Monsters Unleashed, Deadly Hands of Kung Fu, Marvel PreviewBizarre Adventures a partir de 1980–, Marvel Super Action o The Rampaging Hulk merecen sin duda una reedición en condiciones para todos aquellos que buscan antes buenas condiciones de lectura que la “originalidad” de la primera edición del material. El último magazine de los citados en la lista, The Rampaging Hulk, tiene ya esa merecida reedición de lujo: se trata del segundo volumen de la colección Marvel Limited Edition, coproducida por Panini Comics y la distribuidora SD.
El tomo contiene los números del 1 al 9 de The Rampaging Hulk, las nueve entregas de la revista publicadas antes de que esta cambiara de enfoque y de título —pasó a llamarse The Hulk!— y cambiara el blanco y negro por el color. Nueve entregas inolvidables que ofrecen una serie de historias en las que, en un arriesgado ejercicio de retrocontinuidad, se regresa a los primeros momentos de existencia (en la ficción) del personaje. Este paso atrás en el universo de la ficción permitió un notable grado de libertad en los autores responsables de las historias, libertad que resulta evidente para el lector del volumen y que se desarrolla en dos líneas: en primer lugar, en el planteamiento de las aventuras de Hulk en el marco del universo Marvel —con encuentros con La Patrulla-X, Los Vengadores o Namor que no tenían por qué respetar la continuidad creada hasta ese momento—. En segundo lugar, hay una libertad en el tono de las historias. Desde luego estamos, como dice la publicidad, ante “el Hulk más salvaje, primario y poderoso que existe”, pero también estamos ante algunos de los relatos más socarrones y divertidos que se han hecho del personaje, historias sembradas de detalles graciosos —o simplemente simpáticos— que relajan la tragedia de la condición de Hulk, y que contienen momentos tan pura y locamente Marvel como ese instante del número 3 en el que la acción pasa del escenario de un bucólico paisaje francés a un espacio-tiempo distorsionado y a la cuarta dimensión sin solución de continuidad. El guionista que brilla en todas esas historias es un espléndido Doug Moench, acompañado de unos dotadísimos Walter Simonson, Keith Pollard, Jim Starlin y Sal Buscema. Es, como diría el tópico, un repoker de artistas fenomenales que nos ofrecen un trabajo que se lee con emoción y con una sonrisa permanente. Una obra que nos traslada a un momento histórico —los locos setenta— y a un lugar —la redacción de Marvel Comics— en los que el entretenimiento popular se hacía francamente bien.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Tomb of Terror 1

Leído en febrero de 2015. Es una gran noticia que editoriales como Tyrannosaurus Books se animen a presentar al público lector en español obras provenientes del mercado small press estadounidense. Esta es una línea de trabajo arriesgada que merece el apoyo de cualquier lector despierto, incluso aunque alguna de las obras que nos llegue no sea del todo satisfactoria. En el caso de este primer volumen de Tomb of Terror, no cabe duda de que satisfará a muchos aficionados al cómic de terror, habida cuenta de la permanente escasez de material que sufren (sufrimos). El volumen presenta los primeros cinco números de Bloke's Terrible Tomb of Terror, la antología creada por Jason Crawley y Mike Hoffman con la voluntad de recrear las sensaciones que proporcionaban al lector las revistas clásicas de terror de los 60 y 70 (en la mente de todos están las fundamentales cabeceras de editor James Warren Creepy y Eerie). Tomb of Terror 1 recopila trabajos de Fernando Ignatius, Rock Baker, Jeff Austin, Jason Paulos, Maurizio Ercole, Scott Shriver, Fabrizio Fassio, Alessandro Borroni, Alessandro Ferrara y Marco Perugini, además de contar con numerosas aportaciones de los promotores de la cabecera, Jason Crawley y Mike Hoffman. Este último es, precisamente, el autor que destaca entre el resto de dibujantes de la antología, dado que sus páginas muestran más personalidad y dominio de los recursos del cómic, en especial cuando homenajean con descaro las citadas Creepy y Eerie, citando de forma evidente los encuadres de Gene Colan, intentando acercarse al trazo certero de Alex Toth o emulando (dentro de lo posible) las nerviosas composiciones de viñeta de Steve Ditko. Las historias del volumen, cuyo guion suele correr a cargo de Jason Crawley, recorren el espectro que va desde el absoluto mimetismo respecto del modelo Warren (imitando de forma algo ingenua la versión más destajista y de batalla de un genio como Archie Goodwin) hasta algo un poco más cercano al cómic underground, con argumentos de verdadera mala leche. A juicio de este lector destacan en la antología tres historias: la tremendamente cruel Noche de hígado, la estupenda Grillos, adaptación de un brillante relato de Richard Matheson —por Scott Tipton y Mike Hoffman, que se deja poseer para la ocasión por Frank Frazetta—, y En el mismo sentido (In the Same Vein), una historia radicalmente extraña y alucinatoria, de terror feroz, escrita y dibujada por un Hoffman que homenajea a Wally Wood y Bernie Wrightson. El volumen acaba con la recopilación de unas ilustraciones de portada realmente estupendas del propio Hoffman en las que se rinde absoluta pleitesía al maestro Frazetta.

sábado, 14 de febrero de 2015

Fatale 4: Reza para que llueva

Leído en febrero de 2015. Leo el cuarto arco argumental de Fatale aún con el impulso de haber disfrutado el tercero muy recientemente; y quizá por eso me gusta incluso más de lo previsto. En esta ocasión no hay duda: coincido con el texto publicitario de la contraportada cuando dice que este cuarto es el más extraño y emocionante volumen de la serie. Reza para que llueva regresa al esquema de los dos primeros libros, exponiendo en paralelo un presente —la trama de la búsqueda de Nicholas Lash— y un pasado —con una nueva mirada a las desventuras de la femme fatale Josephine— que se acercan progresivamente. Si entre el primer y el segundo arco argumental transcurría un periodo de veinte años, el mismo lapso se da entre el segundo y el cuarto —recordemos que el tercero sigue otra lógica—. Así, del Hollywood de los 70 pasamos al Seattle de los 90, escenario en el que Brubaker y Phillips hilan una poderosa historia de crimen, rock oscuro y demonios, tanto interiores como muy físicos y reales, una historia que, más que nunca en Fatale, es como una pesadilla febril, incómoda y placentera por momentos. Esta naturaleza pesadillesca, y como tal extraña, confusa y borrosa, tiene un perfecto correlato en un dibujo de Sean Phillips que aparece algo más esquemático e impreciso que en otras ocasiones —lo que provoca que el color de Elizabeth Breitweiser destaque como elemento expresivo determinante en la historia—. En contraste, Brubaker se muestra más preciso que nunca, especialmente acertado en la definición de los tonos de la historia y en los engarces de la trama, se muestra, en fin, como un escritor más ortodoxo dentro de los preceptos del género y, por tanto, muy disfrutable por el lector amante de las buenas historias de terror. Además de una buena trama coherente con el universo conceptual de Fatale, hay tres razones más por las que Reza para llueva alcanza la excelencia. La primera razón es lo bien que toda la historia de crimen y marginalidad funciona, en el fondo, como un comentario crítico sobre la extraña naturaleza del movimiento grunge. La segunda razón es el paso adelante en la mitología de la serie que supone el hecho de vincular la figura de la femme fatale con ese arquetipo pop de esa mujer que provoca la ruina de las grandes bandas de rock. La tercera razón es el modo certero en que este volumen de Fatale engarza con el ambiente cultural de la época que retrata, al introducir en la trama una figura que solo se entiende a la luz de El silencio de los corderos (1991) o Se7en (1995), obras fundamentales para entender la cultura pop oscura de los años 90.

lunes, 9 de febrero de 2015

Fatale 3: Al Oeste del Infierno

Leído en febrero de 2015. Los dos primeros volúmenes de Fatale respondían a un planteamiento similar. Ambos eran una historia larga construida a partir de líneas temporales paralelas en los que los hechos del pasado afectaban a los del presente según la implacable lógica del noir y de la narrativa de terror sobrenatural —entendiendo pasado y presente como tiempos del relato; recordemos que el primero estaba ambientado en los años cincuenta y el segundo en los setenta del siglo XX—. En este tercer arco argumental la estrategia es diferente: Brubaker y Phillips entregan cuatro historias cortas, dos de las cuales ni siquiera están protagonizas por la femme fatale que ya conocemos de los primeros volúmenes de la serie. Las que sí lo están, la primera y cuarta, nos muestran a una Josephine buscando respuestas en la América de los años treinta —junto a un sosias de H. P. Lovecraft— y en una Rumanía en plena Segunda Guerra Mundial —rodeada de nazis ocultistas—. Destaco lo de “buscando respuestas” porque si las anteriores historias narraban en parte la búsqueda de Nicholas Lash de la solución al misterio de Josephine, en esta ocasión, en un interesante giro de la trama, quien busca respuestas es ella misma. Por su parte, las dos historias que no están protagonizadas por Josephine continúan ahondando en lo que ya definimos en la nota de lectura del primer libro como “la reformulación de la mujer fatal del noir en una criatura preternatural de la estirpe de las vampiras, lamias o brujas”. El segundo capítulo del libro —correspondiente al comic book Fatale 12— es una variación de la clásica historias de brujas protagonizada por Mathilda, una joven francesa en la Francia del siglo XIII; el tercero —número 13 de la serie original— es un relato weird west ambientado en Colorado en 1883 y protagonizado por la misteriosa “Black” Bonnie. Ambas son mujeres que tienen mucho en común con Josephine y que nos ayudan a entender que la femme fatale es también una victima de su propia condición supernatural. En los anteriores tomos de Fatale el relato discurría por los caminos del thriller conspirativo con acción y violencia y del noir clásico; en este tercero la trama se desvía por los recovecos del género bélico, el western y la acción en escenarios y ambientes medievales, lo que permite al lector de Fatale disfrutar tanto de enfoques distintos en la escritura de Ed Brubaker como de nuevos registros en el dibujo de Sean Phillips.

jueves, 5 de febrero de 2015

Los hombrecitos (1967-1970)

Leído entre enero y febrero de 2015. Podría decir que Spirou Ardilla, Mortadelo y Don Miki son las tres cabeceras que marcaron mi infancia. Poco después llegaron a mí los cómics Marvel y en seguida, siendo aún preadolescente, el cómic “adulto” de las revistas Warren (en las ediciones de Creepy y 1984 de Toutain) y la bande desinée de Metal Hurlant en edición española en Totem. En mi vida de lector he seguido leyendo y disfrutando todo ese material, con las únicas excepciones de aquellas primeras revistas que amé. Precisamente por eso la reedición integral por parte de Dolmen de Los hombrecitos, una de las series que me maravillaron en su día —como a todos los lectores de Spirou Ardilla, quiero creer— fue para mí una excelente noticia. El volumen que abre esta colección integral consta de cinco historias largas y una corta, que presentan al lector el mundo de Los hombrecitos: sus espacios —la ciudad subterránea en la que viven—, sus tiempos —obviamente contemporáneos a los últimos años 60 en los que la serie vio la luz— y sus personajes —en este caso se trata de un protagonismo coral—. Cualquier lector que se acerque a este primer volumen comprobará que Los hombrecitos se inscribe claramente en el marco de la narrativa infantil y la aventura blanca. En este aspecto, la primera historia del volumen—que narra cómo los hombrecitos tienen éxito en la gesta de sabotear una operación del ejercito que podría acabar con las ciudad en la que viven— marca de una forma muy clara la tendencia que seguirá la serie: centrar sus trama en la pura aventura y en el modo en que los pequeños pueden desbaratar los planes de los mayores con argucias ingeniosas. Hay que destacar que Los hombrecitos es un cómic imprescindible y que la edición de Dolmen merece toda nuestra atención, pero también es obligado decir que este primer volumen es más interesante por su valor histórico —por representar el inicio de una gran serie— que por su calidad propiamente dicha: los guiones de Desprechins son un tanto irregulares, siempre sobrexplicativos (casi se podrían calificar de inseguros), y el dibujo de Seron es muy (quizá demasiado) deudor del estilo de Franquin, aunque sin contar con el dinamismo y el prodigioso montaje interno y externo de las viñetas del maestro. Donde sí aparece un Seron de enorme talento es en el diseño de espacios arquitectónicos y objetos, muy conectado con el estilo moderno y space age de los 60 — especialmente fastuosas son las naves y vehículos— y en el juego de escalas de personajes y escenarios, en el que los objetos de la vida cotidiana pueden convertirse en monstruosas amenazas gigantes y en motor de aventuras vertiginosas. Eso es algo que nos fascinó a los niños y preadolescentes que leímos historias de Los hombrecitos mientras veíamos en televisión algún que otro pase matinal de El increíble hombre menguante, la obra maestra de Jack Arnold de 1957. Ojalá fascine a los niños y preadolescentes de ahora.

jueves, 29 de enero de 2015

Vic & Blood


(Re)Leído en enero de 2015. Mis mejores experiencias de relectura casi nunca obedecen a decisiones especialmente meditadas, sino que responden más bien a una necesidad repentina de satisfacer una curiosidad urgente o de completar un estudio informal. Así ha sido en el caso de Vic & Blood, el cómic de Richard Corben que he vuelto a leer después de ver la película de L. Q. Jones A Boy and His Dog, que despertó el recuerdo de haber disfrutado en su día de esa magnífica obra que Norma Editorial editó en 1989 en dos comic books —hay una segunda edición en álbum de 1990; la edición original en Estados Unidos es de 1987—. La película de L.Q. Jones está basada en la novela corta del mismo título de Harlan Ellison, y, a pesar del escaso éxito comercial que tuvo en el momento de su estreno, goza de prestigio y ha generado cierto culto entre los estudiosos y aficionados a la ciencia ficción más inquietos. Es, sin duda, un prestigio merecido, porque A Boy and His Dog tiene una buena cantidad de conceptos y momentos apreciables: La primera parte, que transcurre en el páramo nuclear, ha sido una influencia evidente para el posterior cine (y videojuego) post-apocalíptico; la segunda parte, en la que se nos revela la distopía de la sociedad subterránea nacida tras la hecatombe atómica, es un espléndido ejemplo del cine de ciencia ficción emparentado con la contracultura estadounidense. Puede que A Boy and His Dog no sea especialmente brillante, divertida o entretenida a ojos de un aficionado actual, pero es imprescindible para cualquier interesado en un cine de ciencia ficción diferente.
De imprescindible puede calificarse también Vic & Blood, que a la adaptación de la misma novela corta añade dos episodios adicionales que amplían la historia. El primer capítulo, Rastrero, funciona como presentación del mundo posterior al apocalipsis nuclear, un mundo dominado por bandas armadas y en el que abundan mutantes zombis violentos. Un escenario lúgubre, más allá de lo inhóspito, en el que lo único que brilla un poco es la amistad pura del joven Vic y su perro Blood. También brilla el descomunal talento de Corben, dominador absoluto de los recursos narrativos del cómic y virtuoso creador de volúmenes y claroscuros en blanco y negro puro —especialmente asombrosa es la capacidad de Corben para crear (e iluminar) escenas nocturnas—. El cuerpo central de Vic & Blood es propiamente Un muchacho y su perro, en la que los diálogos socarrones y la sátira social de Ellison y el (insisto) asombroso blanco y negro de Corben encajan a la perfección para hacer una obra modélica en ese registro que antes describíamos como “ciencia ficción emparentada con el underground”. El cómic se cierra con el episodio Corre, pequeño, corre, un epílogo trágico narrado desde el punto de vista del perro Blood. Los tres episodios de Vic & Blood conforman una de las grandes obras de un maestro del cómic en plenas facultades creativas y son un ejemplo digno de estudio del fenómeno de la adaptación —o de cómo una misma obra de base puede dar lugar a dos piezas de distinto alcance en medios tan diferentes como son cine y cómic—.

lunes, 26 de enero de 2015

Zero 1: Una emergencia


Leído en enero de 2015. Me aproximo a Zero sin saber mucho de la serie más allá de que ha sido muy apreciada por buena parte de la crítica, y que multitud de comentaristas consideran a su guionista, Ales Kot, digno de entrar en la liga de chamanes y gurús como Alan Moore y Grant Morrison. Una vez leído este primer tomo de Zero —que reúne los números del 1 al 5 de la colección—, queda claro que Kot es un escritor imaginativo y capaz de dar un aire diferente a esa mezcla de relato clásico de agentes secretos y ciencia ficción que tanto abunda en el cómic contemporáneo. El argumento de Zero es sencillo y va directo al grano: a través de varios retazos de la vida de Edward Zero como agente activo — algunas operaciones, el momento de su reclutamiento, instantes de su entrenamiento—, Kot crea un mosaico de historias heterogéneas que funciona como ilustración de la complejidad extrema de un mundo de operaciones de falsa bandera, supersoldados amplificados mediante biotecnología, intereses ocultos y conspiraciones inimaginables. Ese aspecto de mosaico se refuerza con la participación de varios dibujantes —uno diferente por número: Michael Walsh, Tradd Moore, Mateus Santolouco, Morgan Jeske y Will Tempest— que dotan a cada episodio de particulares rasgos expresivos y narrativos. Entre todos ellos destaca a mi juicio el segundo episodio, que muestra una magnífica conjunción en los trabajos de Ales Kot y Tradd Moore—. Hay quien considerará que ese tránsito sucesivo de dibujantes —sin duda la decisión artística más determinante en la obra—provoca que el conjunto tenga problemas de coherencia, pero lo cierto es que, además de ofrecer resultados muy estimulantes para el lector, resulta determinante para expresar la esencia misma del relato como compendio híbrido e inconexo de saberes ocultos, momentos enterrados en la memoria y operaciones militares encubiertas cuyo conocimiento está vetado al común de los mortales. Desde ya, una referencia indispensable a la hora de acercarse al thriller de espías.

miércoles, 21 de enero de 2015

Fargons & Gorgons. Libro básico

Leído en enero de 2015. Fargons & Gorgons, cuyo título remite obviamente a Dungeons & Dragons, es una serie de historias cortas —de dos, tres o cuatro páginas— nacidas en la revista Amaníaco y que ahora se recopilan con un espléndido envoltorio que les da nueva y esplendorosa vida. Josep Busquet y Pere Mejan son los creadores de estas historias de humor, casi siempre amable, en ocasiones pasado de vueltas, protagonizadas por el guerrero bárbaro Zhron y el mago arcano Dhyukh en pos de aventuras de inconfundible espíritu rolero. En las páginas de libro desfilan los tópicos de la sword & sorcery y la fantasía épica, a los que los autores dan la vuelta despojándolos de lo extraordinario. Es el de Fargons & Gorgons un humor satírico y paródico que surge de hacer cotidiano lo épico y describir como rutinario e incluso ridículo lo que por lógica debería ser legendario. Es, en suma, una sátira cariñosa, hecha desde un evidente amor y respeto por el género. El mismo amor y respeto que se detecta hacia los juegos de rol de fantasía heroica, por mucho que estos se lleven alguna pulla en varias historias que reflejan la burocracia imperante en el mundo de Zhron y Dhyukh, dardos de sano cachondeo que no puedo dejar de ver como claras alusiones a los muchos trámites y papeleos que a menudo sufrimos pacientemente los jugadores de Dungeons & Dragons.

lunes, 19 de enero de 2015

Atentos a sus pantallas

Leído en enero de 2015. Aunque los registros y tonos de su obra son muy variados y han tenido acogida en diversos medios, en este espacio de notas de lectura nos parece útil considerar a Mauro Entrialgo como un humorista gráfico, dado que es en ese ámbito donde el autor no ha dejado de acompañarnos en una larguísima trayectoria como observador y comentarista de las costumbres y los tipos sociales contemporáneos y en multitud de cabeceras tanto especializadas como generalistas. En Atentos a sus pantallas, Entrialgo disecciona la cultura de las pantallas en la que vivimos —o mejor, disecciona nuestra relación con las pantallas—, en una serie de reflexiones, chistes y miniensayos divididos en tres bloques: Videojuegos —con material previamente publicado en la revista SuperJuegos Xtreme—, televisión —con trabajos aparecidos en el suplemento TV Manía del diario La Vanguardia— y cine —con obra que proviene de las páginas de la revista TMEO, la revista Cinemanía y el diario del Festival de Cine de Gijón—. En un volumen editado con gusto —muy destacable la triple portada troquelada—, Entrialgo nos ofrece fundamentalmente tres tipos de piezas: unas son las, digamos, explícitamente humorísticas, que se presentan en forma de chistes de estructura clásica casi siempre con un brillante punchline; otras son las reflexiones más ensayísticas, algo más basadas en el texto, y que nos muestran a un Entrialgo que podría considerarse tan cercano al articulismo de opinión como al humorismo gráfico; las terceras son esas piezas basadas, desde el punto de vista conceptual, en adivinanzas, charadas, jeroglíficos y, en general, en la tradición del “pasatiempo”. Jugando con la ambigüedad de las palabras, trabajando con la ironía para ilustrar el absurdo de determinadas situaciones sociales, poniendo en crisis los límites del eufemismo y de los lugares comunes, Entrialgo hace crítica de los medios y, al mismo tiempo, desarrolla un trabajo de sociología a partir de una sátira de usos y costumbres que refleja los aspectos más delirantes de nuestro consumo cultural.

jueves, 15 de enero de 2015

Locke & Key: Alfa y Omega

Leído en enero de 2015. Sexto y último tomo de Locke & Key, Alfa y Omega es, además del desenlace de la saga, una vuelta de tuerca más en una historia que ha ido construyendo, con sus constantes apelaciones a una magia eterna y multidimensional, un universo “implícito” mucho más vasto que el ya de por sí inabarcable y delirante mundo contenido en la casa de los Locke o en ese pueblo costero llamado Lovecraft. Es una vuelta de tuerca más porque, antes de ir al grano en el cierre de la trama, antes de dar por registrados todos sus pliegues y por resueltos todos sus enigmas, Hill y Rodríguez siguen ampliando los límites de las posibilidades narrativas que, en diferentes niveles y con múltiples recursos, han ido explorando a lo largo de la serie. Un ejemplo de esta voluntad de búsqueda constante son todas esas escenas del primer episodio en las que la acción se contempla a través del visor de una cámara. Se trata de un recurso que muchos puristas del medio podrían considerar excesivamente deudor del cine o del audiovisual en general —el juego de encuadres y reencuadres, de marcos dentro de marcos, es la obsesión de no pocos creadores cinematográficos o televisivos—, pero que aquí se muestra como una arma más del impresionante arsenal de técnicas y trucos narrativos de Hill y aparece plenamente justificado como brillante forma de resituar a algunos personajes clave de cara al desenlace de la saga. En el resto del volumen los autores continúan sondeando las posibilidades narrativas de las llaves —cada una de ellas abre un mundo, pero también un modo propio de narrar— o explotando las confusiones de realidad y ficción a través del personaje de Rufus Whedon, recursos que mantienen toda su fuerza por mucho que hayan sido ampliamente utilizados a lo largo de la serie. Como clímax de la historia de los Locke, Alfa y Omega apuesta decididamente por esa mezcla de aventura oscura y drama intimista que ha ido caracterizando a toda la serie. Con una diferencia notable: todo es más espectacular. Más magia, más demonios, más acción… Y también más melodrama familiar, más introspección psicológica y más asuntos paterno-filiales no resueltos. Sin revelar demasiada información sobre el final, diremos que no sería extraño que algunos lectores pudieran sentirse decepcionados por el hecho de que una lucha épica entre el bien y el mal se resuelva de una forma tan abrupta, directa y expeditiva, o por el hecho de que una historia tan oscura como Locke & Key se cierre definitivamente con un epílogo tan sentimental como el que aquí se ofrece. En todo caso, estos serían reparos menores, porque lo que parace poco discutible es que, tras el cierre que propone Alfa y Omega, uno termina su visita al universo de Locke & Key con la sensación de haber leído una obra que ya ha pasado a formar parte del canon del cómic de género fantástico.

miércoles, 7 de enero de 2015

Locke & Key: Mecanismos de relojería

Leído en enero de 2015. Parece poco probable que Joe Hill sea tan presuntuoso como para titular Clockworks (cuya traducción literal es mecanismos de relojería) al quinto libro de Locke & Key en referencia a su propio talento para construir historias que funcionan como tales mecanismos. En cualquier caso, ese título nos pone fácil el chascarrillo, dado que si algo se demuestra a lo largo del desarrollo de Locke & Key es que su trama adopta la forma de un mecanismo complejo en el que todo encaja, en el que cada subtrama actúa como parte de una máquina mayor que funciona con precisión digna de la mejor artesanía relojera. En Mecanismos de relojería viajamos en el tiempo para conocer nuevos y truculentos detalles de los personajes y objetos que protagonizan la saga. La trama principal se estanca en un punto de máximo interés (el destino del menor de los Locke ahora que ciertos acontecimientos lo han convertido en una de las claves de la historia) y se nos lleva a ser testigos de momentos del pasado muy determinantes para el devenir de la familia protagonista y, probablemente, del mundo. A la espera de saber como evoluciona la historia en el “presente” podemos regocijarnos con el dibujo de Gabriel Rodríguez, que vuelve a brillar en todo este arco argumental, en especial en las escenas que más se alejan de lo conocido —como son las que transcurren en 1775— y el talento como escritor de Joe Hill, que nos sigue asombrando con sus conceptos —como ese metal viviente que tanta importancia adquiere en la historia, o la primera, y esperada, referencia explícita a los Mitos de Cthulhu— y con unos personajes —tipos humanos en cuyo retrato y evolución pesan tanto las motivaciones “realistas” como las “mágicas”— que forman parte ya de la historia del género de la dark fantasy. Puede, como ya se ha apuntado, que en este Mecanismos de relojería la trama principal se estanque, pero esta miniserie/arco argumental es sin duda una excelente preparación para el desenlace de Locke & Key en el sexto y último volumen, que será la próxima lectura y anotación de Los papeles del Club Zorglub.