miércoles, 18 de febrero de 2015

Tomb of Terror 1

Leído en febrero de 2015. Es una gran noticia que editoriales como Tyrannosaurus Books se animen a presentar al público lector en español obras provenientes del mercado small press estadounidense. Esta es una línea de trabajo arriesgada que merece el apoyo de cualquier lector despierto, incluso aunque alguna de las obras que nos llegue no sea del todo satisfactoria. En el caso de este primer volumen de Tomb of Terror, no cabe duda de que satisfará a muchos aficionados al cómic de terror, habida cuenta de la permanente escasez de material que sufren (sufrimos). El volumen presenta los primeros cinco números de Bloke's Terrible Tomb of Terror, la antología creada por Jason Crawley y Mike Hoffman con la voluntad de recrear las sensaciones que proporcionaban al lector las revistas clásicas de terror de los 60 y 70 (en la mente de todos están las fundamentales cabeceras de editor James Warren Creepy y Eerie). Tomb of Terror 1 recopila trabajos de Fernando Ignatius, Rock Baker, Jeff Austin, Jason Paulos, Maurizio Ercole, Scott Shriver, Fabrizio Fassio, Alessandro Borroni, Alessandro Ferrara y Marco Perugini, además de contar con numerosas aportaciones de los promotores de la cabecera, Jason Crawley y Mike Hoffman. Este último es, precisamente, el autor que destaca entre el resto de dibujantes de la antología, dado que sus páginas muestran más personalidad y dominio de los recursos del cómic, en especial cuando homenajean con descaro las citadas Creepy y Eerie, citando de forma evidente los encuadres de Gene Colan, intentando acercarse al trazo certero de Alex Toth o emulando (dentro de lo posible) las nerviosas composiciones de viñeta de Steve Ditko. Las historias del volumen, cuyo guion suele correr a cargo de Jason Crawley, recorren el espectro que va desde el absoluto mimetismo respecto del modelo Warren (imitando de forma algo ingenua la versión más destajista y de batalla de un genio como Archie Goodwin) hasta algo un poco más cercano al cómic underground, con argumentos de verdadera mala leche. A juicio de este lector destacan en la antología tres historias: la tremendamente cruel Noche de hígado, la estupenda Grillos, adaptación de un brillante relato de Richard Matheson —por Scott Tipton y Mike Hoffman, que se deja poseer para la ocasión por Frank Frazetta—, y En el mismo sentido (In the Same Vein), una historia radicalmente extraña y alucinatoria, de terror feroz, escrita y dibujada por un Hoffman que homenajea a Wally Wood y Bernie Wrightson. El volumen acaba con la recopilación de unas ilustraciones de portada realmente estupendas del propio Hoffman en las que se rinde absoluta pleitesía al maestro Frazetta.

sábado, 14 de febrero de 2015

Fatale 4: Reza para que llueva

Leído en febrero de 2015. Leo el cuarto arco argumental de Fatale aún con el impulso de haber disfrutado el tercero muy recientemente; y quizá por eso me gusta incluso más de lo previsto. En esta ocasión no hay duda: coincido con el texto publicitario de la contraportada cuando dice que este cuarto es el más extraño y emocionante volumen de la serie. Reza para que llueva regresa al esquema de los dos primeros libros, exponiendo en paralelo un presente —la trama de la búsqueda de Nicholas Lash— y un pasado —con una nueva mirada a las desventuras de la femme fatale Josephine— que se acercan progresivamente. Si entre el primer y el segundo arco argumental transcurría un periodo de veinte años, el mismo lapso se da entre el segundo y el cuarto —recordemos que el tercero sigue otra lógica—. Así, del Hollywood de los 70 pasamos al Seattle de los 90, escenario en el que Brubaker y Phillips hilan una poderosa historia de crimen, rock oscuro y demonios, tanto interiores como muy físicos y reales, una historia que, más que nunca en Fatale, es como una pesadilla febril, incómoda y placentera por momentos. Esta naturaleza pesadillesca, y como tal extraña, confusa y borrosa, tiene un perfecto correlato en un dibujo de Sean Phillips que aparece algo más esquemático e impreciso que en otras ocasiones —lo que provoca que el color de Elizabeth Breitweiser destaque como elemento expresivo determinante en la historia—. En contraste, Brubaker se muestra más preciso que nunca, especialmente acertado en la definición de los tonos de la historia y en los engarces de la trama, se muestra, en fin, como un escritor más ortodoxo dentro de los preceptos del género y, por tanto, muy disfrutable por el lector amante de las buenas historias de terror. Además de una buena trama coherente con el universo conceptual de Fatale, hay tres razones más por las que Reza para llueva alcanza la excelencia. La primera razón es lo bien que toda la historia de crimen y marginalidad funciona, en el fondo, como un comentario crítico sobre la extraña naturaleza del movimiento grunge. La segunda razón es el paso adelante en la mitología de la serie que supone el hecho de vincular la figura de la femme fatale con ese arquetipo pop de esa mujer que provoca la ruina de las grandes bandas de rock. La tercera razón es el modo certero en que este volumen de Fatale engarza con el ambiente cultural de la época que retrata, al introducir en la trama una figura que solo se entiende a la luz de El silencio de los corderos (1991) o Se7en (1995), obras fundamentales para entender la cultura pop oscura de los años 90.

lunes, 9 de febrero de 2015

Fatale 3: Al Oeste del Infierno

Leído en febrero de 2015. Los dos primeros volúmenes de Fatale respondían a un planteamiento similar. Ambos eran una historia larga construida a partir de líneas temporales paralelas en los que los hechos del pasado afectaban a los del presente según la implacable lógica del noir y de la narrativa de terror sobrenatural —entendiendo pasado y presente como tiempos del relato; recordemos que el primero estaba ambientado en los años cincuenta y el segundo en los setenta del siglo XX—. En este tercer arco argumental la estrategia es diferente: Brubaker y Phillips entregan cuatro historias cortas, dos de las cuales ni siquiera están protagonizas por la femme fatale que ya conocemos de los primeros volúmenes de la serie. Las que sí lo están, la primera y cuarta, nos muestran a una Josephine buscando respuestas en la América de los años treinta —junto a un sosias de H. P. Lovecraft— y en una Rumanía en plena Segunda Guerra Mundial —rodeada de nazis ocultistas—. Destaco lo de “buscando respuestas” porque si las anteriores historias narraban en parte la búsqueda de Nicholas Lash de la solución al misterio de Josephine, en esta ocasión, en un interesante giro de la trama, quien busca respuestas es ella misma. Por su parte, las dos historias que no están protagonizadas por Josephine continúan ahondando en lo que ya definimos en la nota de lectura del primer libro como “la reformulación de la mujer fatal del noir en una criatura preternatural de la estirpe de las vampiras, lamias o brujas”. El segundo capítulo del libro —correspondiente al comic book Fatale 12— es una variación de la clásica historias de brujas protagonizada por Mathilda, una joven francesa en la Francia del siglo XIII; el tercero —número 13 de la serie original— es un relato weird west ambientado en Colorado en 1883 y protagonizado por la misteriosa “Black” Bonnie. Ambas son mujeres que tienen mucho en común con Josephine y que nos ayudan a entender que la femme fatale es también una victima de su propia condición supernatural. En los anteriores tomos de Fatale el relato discurría por los caminos del thriller conspirativo con acción y violencia y del noir clásico; en este tercero la trama se desvía por los recovecos del género bélico, el western y la acción en escenarios y ambientes medievales, lo que permite al lector de Fatale disfrutar tanto de enfoques distintos en la escritura de Ed Brubaker como de nuevos registros en el dibujo de Sean Phillips.

jueves, 5 de febrero de 2015

Los hombrecitos (1967-1970)

Leído entre enero y febrero de 2015. Podría decir que Spirou Ardilla, Mortadelo y Don Miki son las tres cabeceras que marcaron mi infancia. Poco después llegaron a mí los cómics Marvel y en seguida, siendo aún preadolescente, el cómic “adulto” de las revistas Warren (en las ediciones de Creepy y 1984 de Toutain) y la bande desinée de Metal Hurlant en edición española en Totem. En mi vida de lector he seguido leyendo y disfrutando todo ese material, con las únicas excepciones de aquellas primeras revistas que amé. Precisamente por eso la reedición integral por parte de Dolmen de Los hombrecitos, una de las series que me maravillaron en su día —como a todos los lectores de Spirou Ardilla, quiero creer— fue para mí una excelente noticia. El volumen que abre esta colección integral consta de cinco historias largas y una corta, que presentan al lector el mundo de Los hombrecitos: sus espacios —la ciudad subterránea en la que viven—, sus tiempos —obviamente contemporáneos a los últimos años 60 en los que la serie vio la luz— y sus personajes —en este caso se trata de un protagonismo coral—. Cualquier lector que se acerque a este primer volumen comprobará que Los hombrecitos se inscribe claramente en el marco de la narrativa infantil y la aventura blanca. En este aspecto, la primera historia del volumen—que narra cómo los hombrecitos tienen éxito en la gesta de sabotear una operación del ejercito que podría acabar con las ciudad en la que viven— marca de una forma muy clara la tendencia que seguirá la serie: centrar sus trama en la pura aventura y en el modo en que los pequeños pueden desbaratar los planes de los mayores con argucias ingeniosas. Hay que destacar que Los hombrecitos es un cómic imprescindible y que la edición de Dolmen merece toda nuestra atención, pero también es obligado decir que este primer volumen es más interesante por su valor histórico —por representar el inicio de una gran serie— que por su calidad propiamente dicha: los guiones de Desprechins son un tanto irregulares, siempre sobrexplicativos (casi se podrían calificar de inseguros), y el dibujo de Seron es muy (quizá demasiado) deudor del estilo de Franquin, aunque sin contar con el dinamismo y el prodigioso montaje interno y externo de las viñetas del maestro. Donde sí aparece un Seron de enorme talento es en el diseño de espacios arquitectónicos y objetos, muy conectado con el estilo moderno y space age de los 60 — especialmente fastuosas son las naves y vehículos— y en el juego de escalas de personajes y escenarios, en el que los objetos de la vida cotidiana pueden convertirse en monstruosas amenazas gigantes y en motor de aventuras vertiginosas. Eso es algo que nos fascinó a los niños y preadolescentes que leímos historias de Los hombrecitos mientras veíamos en televisión algún que otro pase matinal de El increíble hombre menguante, la obra maestra de Jack Arnold de 1957. Ojalá fascine a los niños y preadolescentes de ahora.