sábado, 14 de febrero de 2015

Fatale 4: Reza para que llueva

Leído en febrero de 2015. Leo el cuarto arco argumental de Fatale aún con el impulso de haber disfrutado el tercero muy recientemente; y quizá por eso me gusta incluso más de lo previsto. En esta ocasión no hay duda: coincido con el texto publicitario de la contraportada cuando dice que este cuarto es el más extraño y emocionante volumen de la serie. Reza para que llueva regresa al esquema de los dos primeros libros, exponiendo en paralelo un presente —la trama de la búsqueda de Nicholas Lash— y un pasado —con una nueva mirada a las desventuras de la femme fatale Josephine— que se acercan progresivamente. Si entre el primer y el segundo arco argumental transcurría un periodo de veinte años, el mismo lapso se da entre el segundo y el cuarto —recordemos que el tercero sigue otra lógica—. Así, del Hollywood de los 70 pasamos al Seattle de los 90, escenario en el que Brubaker y Phillips hilan una poderosa historia de crimen, rock oscuro y demonios, tanto interiores como muy físicos y reales, una historia que, más que nunca en Fatale, es como una pesadilla febril, incómoda y placentera por momentos. Esta naturaleza pesadillesca, y como tal extraña, confusa y borrosa, tiene un perfecto correlato en un dibujo de Sean Phillips que aparece algo más esquemático e impreciso que en otras ocasiones —lo que provoca que el color de Elizabeth Breitweiser destaque como elemento expresivo determinante en la historia—. En contraste, Brubaker se muestra más preciso que nunca, especialmente acertado en la definición de los tonos de la historia y en los engarces de la trama, se muestra, en fin, como un escritor más ortodoxo dentro de los preceptos del género y, por tanto, muy disfrutable por el lector amante de las buenas historias de terror. Además de una buena trama coherente con el universo conceptual de Fatale, hay tres razones más por las que Reza para llueva alcanza la excelencia. La primera razón es lo bien que toda la historia de crimen y marginalidad funciona, en el fondo, como un comentario crítico sobre la extraña naturaleza del movimiento grunge. La segunda razón es el paso adelante en la mitología de la serie que supone el hecho de vincular la figura de la femme fatale con ese arquetipo pop de esa mujer que provoca la ruina de las grandes bandas de rock. La tercera razón es el modo certero en que este volumen de Fatale engarza con el ambiente cultural de la época que retrata, al introducir en la trama una figura que solo se entiende a la luz de El silencio de los corderos (1991) o Se7en (1995), obras fundamentales para entender la cultura pop oscura de los años 90.

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