miércoles, 29 de abril de 2015

Los espíritus de los muertos

Leído en abril de 2015. Soy de los que cree que la aparición de un nuevo cómic de Richard Corben en el mercado es siempre una buena noticia. No creo que importe demasiado que, como señalan algunos críticos, en ocasiones no llegue a alcanzar el mejor estado de forma como dibujante, porque sus facultades como narrador siguen siendo indiscutibles. Además, si la novedad de Corben en concreto es un conjunto de adaptaciones de Edgar Allan Poe, la satisfacción es doble, porque de buen cómic de terror y de buenas adaptaciones de clásicos no andamos precisamente sobrados.
Los espíritus de los muertos es la recopilación completa de las versiones de cuentos y poemas de Poe que Corben ha ido publicando en el seno de la editorial Dark Horse en los últimos dos años. El material que se incluye en el libro fue publicado en forma de comic book en Edgar Allan Poe's The Conqueror Worm (2012), Edgar Allan Poe's The Fall of the Houe of Usher 1 y 2 (2013), Edgar Allan Poe's Morella and The Murders in the Rue Morgue (2014), Edgar Allan Poe's The Raven and the Red Death (2013) y Edgar Allan Poe's The Premature Burial (2014), y en diferentes entregas de la cabecera miscelánea Dark Horse Presents. A esas historias se añaden una introducción del especialista M. Thomas Inge, una galería de las portadas originales y el poema de 1827 que da título al volumen, que no se encuentra adaptado aunque sí traducido al español.
En lo que podría verse como una decisión discutible, el volumen se abre con la historia en la que menos luce el dibujo de Corben. “Solo” (Alone) es la adaptación de un poema “maldito” de Poe —de hecho, no fue publicado en vida del poeta—, en la que Corben no muestra su nivel como dibujante, pero sí su fuerza para el diseño de página y para la creación de tensión y fuerza narrativa en cada viñeta. “Solo” es uno de los grandes experimentos del libro, dado que Corben se atreve a lo que no suelen atreverse muchos autores —adaptar poesía—, asentado en la idea de que adaptar no es replicar, sino crear una obra a partir de otra, y alejándose de cualquier búsqueda necesariamente frustrante de una pretendida fidelidad al material de origen. “La ciudad en el mar”, “La durmiente” o “El gusano conquistador” son ejemplos de ese impulso relector, o más bien reinterpretativo, hecho desde un absoluto respeto al poeta y desde una profunda comprensión de la obra.
Otro de los experimentos corbenianos —acaso el más discutible a ojos de los entusiastas de la originalidad— es el regreso a obras ya transitadas. Un ejemplo es “El cuervo”, poema que el autor ha adaptado en tres ocasiones—las dos anteriores aparecieron en el número 67 de Creepy en 1975 y en el número 1 de Haunt of Horror en 2006—. En este caso, lo interesante es que Corben remite al mismo tiempo al poema original de Poe y a su propia adaptación anterior, utilizando tanto elementos ya empleados como diferencias muy significativas. También regresa el autor a la mencionada “El gusano conquistador”, que ya adaptó en Haunt of Horror, pero en este caso las diferencias son mucho mayores que las semejanzas, como ocurre también en “La caída de la Casa Usher”, que ya fue una de las historias míticas del autor en los primeros años ochenta y que ahora retorna en curiosa mezcla con “El retrato oval”. Lejos de ser un síntoma de pereza o de falta de ideas, esta insistencia de Corben por volver a construir sobre textos ya adaptados revela una obsesión —tema poeiano por excelencia— por aprehender la esencia de un clásico y un notable interés por el modelo creativo de las variaciones sobre un tema.
Entre todos los momentos satisfactorios que se encuentran en Los espíritus de los muertos hay varios que merecen mención especial: la prodigiosa narración en la que nada sobra de la adaptación de “La durmiente” —convertida para la ocasión en un melodrama de crímenes y venganza de ultratumba—, el detallismo obsesivo de “Berenice”, la micro-narración de la escena del último crimen del “monstruo” en “Los asesinatos de la calle Morgue”, el uso del color en “La máscara de la Muerte Roja” —que demuestra el rigor con el que Corben piensa en lo que debe ser una adaptación—, la compleja estructura narrativa de “El gusano conquistador” o la intensidad de lo macabro en “El entierro prematuro”. Son momentos que hacen de Los espíritus de los muertos un libro que, sin ser ni mucho menos perfecto, se sitúa cómodamente muy por encima de la media en el panorama actual y demuestra que, como dice el refrán, “quien tuvo, retuvo”. Y Corben tuvo, y retuvo, mucho.

domingo, 26 de abril de 2015

Star Wars 1

Leído en abril de 2015. Aunque, como es bien sabido, no es la primera vez que Marvel edita los cómics de Star Wars, esta nueva encarnación editorial de la cabecera tras la larga etapa en que la franquicia ha sido explotada por Dark Horse tiene algo de inaugural, de gran acontecimiento. Al fin y al cabo, tiene que notarse que tanto Lucas Films como Marvel forman parte ahora de la familia Disney, el conglomerado empresarial de entretenimiento más grande del mundo. Y vaya si se nota.
Para dotar a Star Wars del máximo atractivo posible, los responsables editoriales de Marvel escogieron a uno de sus guionistas estrella: Jason Aaron, un autor que ha pasado por algunas de las títulos más importantes de la casa, y lo hizo formar equipo con dos artistas de máximo nivel: John Cassaday y Laura Martin.
El primero es un dibujante de manifiesto espíritu clásico —del espíritu de los clásicos de la ilustración, se entiende—, tremendamente hábil para el retrato y la anatomía y muy dotado para un estilo de narración que, sin dejar de ser cómic en ningún momento, conecta con “otros” lectores mirando de frente con valentía al lenguaje del cine —no en vano Cassaday tiene formación como realizador cinematográfico e incluso debutó en asuntos audiovisuales dirigiendo el episodio de Dollhouse ‘The Attic' por expresa invitación del creador de la serie Joss Whedon, con quien el dibujante formó equipo creativo en los extraordinarios veinticuatro primeros números de Astonishing X-Men—. Por su parte, Laura Martin es una fantástica colorista sobre cuyas virtudes no es necesario extenderse —digamos que basta con recomendar abrir Star Wars por una de las páginas en las que aparece Chewbacca—.
El trío Aaron-Cassaday-Martin despliega en este primer número de la colección lo que apunta a ser un cómic ágil y divertido, muy agradable de leer y, sobre todo, muy identificable con el espíritu Star Wars. La recreación de los personajes, tanto en el aspecto visual como en las líneas de diálogos que se les atribuyen, es notable, y la puesta en página de Cassaday es considerablemente efectiva. Aunque un tebeo de veinticuatro páginas es solo es un aperitivo, hay en este primer número un par de escenas que prometen una gran colección. Sin dar demasiados detalles, diremos que una de esas escenas es la que nosmuestra a Chewbacca ejerciendo labores de francotirador; la otra es la que implica la aparición de ciertos vehículos de transporte terrestre muy característicos de la saga. Escenas que se diría que están pensadas y ejecutadas para emocionar hasta al fan de permanente ceño fruncido.

domingo, 19 de abril de 2015

17. Vivir, revivir, sobrevivir

Leído en abril de 2015. El género de la autobiografía no es muy abundante en cómic pero tampoco es del todo infrecuente. De hecho, es uno de los territorios en los que el tebeo alternativo y la llamada novela gráfica se mueven con comodidad desde que Harvey Pekar y Will Eisner sentaran las bases de las posibilidades del relato autobiográfico en viñetas. La inclusión de la enfermedad como tema en el cómic es bastante menos habitual, aunque ha dado ejemplos de obras excepcionales como las siempre citadas en relación al tema Píldoras azules de Frederik Peeters o La ascensión del gran mal de David B., que narran cómo las vidas de sus autores se ven afectadas por la enfermedad de seres queridos. Combinar autobiografía y enfermedad, es decir, relatar cómo un percance grave de salud marca la propia vida, es aun menos común. Y eso, precisamente, es lo que hace Àlex Santaló en este 17. Vivir, revivir, sobrevivir. El autor parte de dos acontecimientos determinantes en su vida, la detección de un primer tumor a los 17 años y de un segundo 17 años después, y narra una historia que trasciende el relato de un suceso infortunado para convertirse en una celebración de la vida. No faltan en el libro, evidentemente, escenas de dolor explícito, tratamientos traumáticos e incapacitantes y momentos de desánimo, pero la imagen del autor que queda en el lector es la de un joven valiente y decidido a afrontar los reveses de la vida con la mejor disposición posible. En este sentido, el libro de Santaló es una obra de vitalismo honesto, que no busca la emoción fácil ni la enseñanza “ortopédica”. En ningún momento se desprenden de la lectura mensajes como “el cáncer me enseñó cosas” o “el cáncer me hizo mejor persona”, sino simple y llanamente un “el cáncer pasó por mi vida y esto es lo que me trajo”. Es, en definitiva, una obra digna y leal con la condición humana.
Aunque este es un registro de mis lecturas y no una página de crítica y recomendaciones, quizá deba dejar claro en este punto que Àlex Santaló y yo somos amigos. Puede que eso influya en mi apreciación de la obra, pero mi relativa cercanía a él también me permite adquirir cierta distancia con el tema de la obra. Así lo hice cuando me invitó a presentar su libro y tuve la oportunidad de avisar a los presentes al acto de algo de lo que también debo avisar al eventual lector de este blog: no conviene dejarse deslumbrar por la fuerza del tema, porque eso nos puede llevar a pasar por alto las muchas otras virtudes que tiene 17. Vivir, revivir, sobrevivir. Con una estructura narrativa desarrollada en dos niveles temporales —2011, cuando aparece el segundo tumor, y 1994, cuando el cáncer golpea por primera vez— y en dos niveles de cotidianeidad —la “real” y la imaginaria—, con un brillante uso de la relación blanco y negro/color —vinculado, aunque con matices, a esos dos niveles de realidad mencionados— y con una infinidad de referencias a la cultura del cómic, el cine, la música y el juego —que adquieren en la obra el estatuto de auténtica “fuerza vital”—, este álbum de Àlex Santaló es, además de un relato cautivador y emocionante, un cómic muy apreciable por su uso del lenguaje y la técnica del medio. Una obra que va a estar, sin duda, en muchas listas de lo mejor del año.

martes, 7 de abril de 2015

Creepy 3

Leído en abril de 2015. Aunque en los dos anteriores libros de la colección ya podíamos encontrar buenos ejemplos del tipo de relato corto de horror con el que Creepy pasaría a la historia, en este tercer volumen de la recopilación de la revista empieza a quedar muy claro que la cabecera de Warren Publishing estaba destinada a marcar época con su asombroso nivel y a grabar a fuego un buen puñado de historias en el recuerdo de los aficionados al terror. En este tercer volumen continúan las historias siempre eficaces y muy a menudo sorprendentes del que fuera responsable máximo de los contenidos de la revista, el gran Archie Goodwin, cuyo talento para el relato corto con giro final se muestra en su máximo esplendor. Historias como “El hombre bestia” (Creepy 11, 1966), “La oscura casa de los sueños” (Creepy 12, 1966), “Miedo sobre piedra” (Creepy 13, 1967) o “La maldición del vampiro” (Creepy 14, 1967) bastarían para situar a Goodwin entre los grandes creadores del terror de todos los tiempos. Mención aparte merece su excelente labor como divulgador de los clásicos del género entre la juventud estadounidense, como ilustra perfectamente la inclusión en el volumen de magníficas adaptaciones de relatos de Edgar Allan Poe (“Hop-Frog”, Creepy 11), Bram Stoker (“La india”, Creepy 13)o Washington Irving (“La aventura del estudiante alemán”, Creepy 15, 1967). En el apartado gráfico, esta tercera entrega de Creepy proporciona incontables satisfacciones: maestros como Steve Ditko, Gene Colan o Joe Orlando siguen ofreciendo arte mayúsculo, y Reed Crandall brilla en su adaptación de “Hop-Frog”, mientras se incorporan a la cabecera en este tercer volumen el brutal talento expresionista y macabro de Jerry Grandenetti y el inmenso Neal Adams. En una próxima entrada de este diario de lecturas tendremos ocasión de hablar del bajón de calidad que la revista tuvo —y que se pudo apreciar muy claramente en algunos números que recopila el cuarto volumen—, pero por ahora digamos que este tercer tomo de Creepy es, sin duda, un libro fundamental en la biblioteca de culaquier aficionado al cómic y/o al terror. Y, por suerte, quedan unos cuantos volúmenes para continuar con la necesaria (re)lectura completa por orden cronológico de la maravillosa revista con la que el editor Jim Warren cambió la vida de tanta gente.