domingo, 26 de noviembre de 2017

Uzumaki

Leído en noviembre de 2017. La nueva edición de Planeta Cómic me invita a releer estas más de seiscientas páginas de indescriptible caos reptante, geometría impía y terror mesmérico, fruto del talento de quien es sin duda uno de los autores más estimulantes (y excesivos) del panorama del cómic de horror contemporáneo. Dibujante funcional y sobrio, sin grandes aspavientos técnicos en narrativa y grafismo, la brillantez de Junji Ito se manifiesta en todo su esplendor en una imaginería grotesca y en una imaginación enfermiza que despliega lo inconcebible con una naturalidad obscena. Aunque el horror es siempre una forma expresiva basada en el impacto, pocas veces tiene tanto sentido hablar de una narrativa del shock como en el caso de Ito. Más que un estado de tensión e incomodidad emocional o cognitiva sostenido a lo largo del relato —que históricamente sería la estrategia propia de gran parte del terror y el horror—, el autor crea en Uzumaki un estado permanente de fascinación incrédula ante una montaña rusa narrativa que alterna subidas de una (i)lógica casi costumbrista con brutales descensos de pesadilla, que, no obstante, no dejan de tener su lógica —la que sería la "lógica Ito", que es, por ejemplo, la que hay en la asombrosa ligazón entre mosquitos y vampirismo del capítulo 10 o en la naturaleza de los ciclones del capítulo 15. 

domingo, 3 de septiembre de 2017

El último recreo

(Re)Leído en agosto de 2017. Relectura de este clásico de la historieta de los ochenta que ya había leído —y que de hecho conservo— por entregas en la revista 1984 y en la edición de 1998 de Planeta DeAgostini. Leer esta nueva edición de Astiberri es redescubrir la obra: el mayor tamaño de la página permite contemplar en todo su esplendor el dibujo de un Horacio Altuna superdotado para el claroscuro y para la expresividad en el retrato del rostro, como es el Altuna de los primeros ochenta, el de este El último recreoFiccionario. (Nota: no es que el resto de la obra de Altuna no me parezca excelente en su mayoría, sino que estas dos obras que cito fueron un auténtico descubrimiento para mí cuando era lector en la primera adolescencia, y eso marca mucho). Como clásico que es, sigue funcionando perfectamente su historia post-apocalíptica trasmutada en fábula infantil, con evidentes ecos del El señor de las moscas y apuntes igualmente evidentes y muy intencionados de la mirada antropológica propia del momento creativo que vivían Carlos Trillo y Horacio Altuna. Desarrollada no como una trama ordenada y unitaria, sino como un conjunto de retazos de vida, de relatos algunos autoconclusivos, otros de imposible conclusión, la historia de El último recreo brilla en los detalles, en las expresiones de los personajes, en las palabras dichas desde la ingenuidad pero que encierran toda la sabiduría del mundo, en las luces y en las sombras. Episodios como “El rey Arturo”, “Con la ayuda de papá” o, sobre todo, “Cosas que quedan en el camino” serían suficientes para dar forma a una obra inolvidable; el resto de episodios completan El último recreo para convertirla en una obra maestra de la historieta humanista.

martes, 8 de agosto de 2017

Creepy 8

Leído en julio de 2017. Sigo la lectura completista de los Archivos de Creepy publicados por Planeta DeAgostini con un octavo volumen en el que, aunque el número de historias memorables no es muy extenso, hay que reconocer que hay un puñado de ellas y que no empieza nada mal: el primer número compilado, el 37, entrega dos buenos relatos: “¡Te odio! ¡Te odio!”, de Bill Warren y Mike Royer —una estupenda historia de viaje temporal que presenta un argumento precursor de algo luego mil veces tratado como es el principio de consistencia de Nóvikov, y que expone de forma muy valiente el tema de los malos tratos en el seno de la familia— y “El castilllo” de Pat Boyete —historia que tenía guardada en la memoria desde que me impactó a principios de los 80, cuando la leí en el número 5 del Creepy de Toutain (1979)—. El número 38 significa el regreso del enorme Wally Wood a la revista, con “El todo cósmico”, y el 39 es el número de debut de Dave Crockum —un artista al que muchos aficionados de mi generación tienen en gran estima por haber sido un nombre clave de la redefinición de la Patrulla-X (sí, así la llamamos) a finales de los setenta—, con la historia “Muerte contra reembolso”. Repite en el número el siempre brillante Pat Boyette, con “Muerte del mago”. El número 40 ofrece la muy moderna “El paseo de la extinción”, de Don McGregor y Tom Sutton y el 41 es un buen cierre del volumen, dado que incluye el debut en las revistas Warren del legendario Bruce Jones —con “La criatura del Lago Ness”, escrita y dibujada por él—, y las muy brillantes “Preludio al Armagedón”, de Nicola Cuti y Wally Wood —también presentada como “un clásico”, con nota biográfica de Cuti en el Creepy de Toutain, concretamente en el número 26— y “Un odio tangible” de Don McGregor Richard Corben —otra de las historias de aquel sorprendente Corben que comenzaba a publicarse en los primeros 80 en España, en este caso en el número 3 de la revista Delta—. Al margen de este puñado de historias memorables, uno de los aspectos más destacables del volumen es la variedad de temas y escenarios. Vemos el evidente acercamiento de las ficciones de Creepy a contextos urbanos y cierto giro hacia el terror psicológico y la ciencia ficción, lo que implica cierto distanciamiento de los monstruos clásicos. Al poco de entrar en la década de los setenta, Creepy presentaba un nuevo enfoque.


lunes, 7 de agosto de 2017

Sangre sobre satén negro

(Re)Leído en agosto de 2017. Aprovecho el período de vacaciones para hacer relecturas de cómics a los que por un motivo u otro apetece volver. Y regreso a algo que en mi primera adolescencia me fascinó completamente: Sangre sobre satén negro, una historia larga (seriada en tres entregas) de Doug Moench y Paul Gulacy que apareció en nuestro país en los números 17, 18 y 19 de la revista Creepy (Toutain Editor, 1980) —y originalmente en los números 109, 110 y 111 de Eerie (Warren Publishing)—. Se trata de un estupendo thriller satánico que combina el relato detectivesco con una visión pulp del satanismo, el folk horror británico y guiños literarios más o menos evidentes, como los dedicados a Lovecraft —usar el nombre Azathoth para denominar a un demonio “clásico” no deja de tener su gracia— o a François Rabelais —calificar a una bacanal de “rabelesiana” es casi un mensaje oculto—. Aunque, tanto en diálogos como en los abundantes textos de apoyo, el estilo de Moench está quizá más cercano a las formas propias de los últimos sesenta que a algo escrito en 1979, la escritura de Sangre sobre satén negro es funcional y, sobre todo, ajustada al público de gusto más clásico de las revistas Warren. Donde indiscutiblemente brilla la historia es en el dibujo de Gulacy, con aquel realismo estilizado tan propio del discípulo aventajado de James Steranko, que abunda en viñetas espectaculares y pasmosamente detalladas, sin perder por ello la fluidez narrativa. Moench y Gulacy forman, sin duda, uno de los grandes tándems creativos de la historia del cómic estadounidense y piezas como esta Sangre sobre satén negro merecen no quedar sepultadas en la memoria por el peso de la portentosa maestría mostrada en los trabajos que la pareja de artistas hizo para Marvel y DC.

domingo, 30 de julio de 2017

Mystery Society

Leído en julio de 2017. La cara más simpática del escritor especializado en cómic de horror Steve Niles y un trabajo de Fiona Staples en un estilo algo diferente al de Saga son los valores esenciales de este amable tebeo de aventuras que combina comedia matrimonial sexy, misterio sobrenatural y narrativa superheroica de manual. Con dos tramas francamente entretenidas —el enfrentamiento del glamuroso y socarrón investigador de lo sobrenatural Nick Misterio con las fuerzas gubernamentales que intentan ocultar turbias conspiraciones, y la busca y recuperación del cráneo de Edgar Allan Poe por parte de otros dos miembros del grupo— que se entrelazan de forma muy hábil, Mystery Society no cuenta demasiado, pero lo que cuenta lo hace con cierta frescura y de forma muy divertida. Un tebeo agradable de los que nunca sobran en una pila de lecturas de verano.

sábado, 10 de junio de 2017

Harrow County 2. Doble Narración

Leído en junio de 2017. Hace algo más de dos meses que leí el primer volumen de la serie y dejé constancia de mi agrado por esta serie de gótico rural, brujería y traumas tan profundos como los bosques plagados por monstruos que rodean la granja de la protagonista. En este segundo volumen, cuando Emmy intenta rehacerse amoldando su (nueva) indentidad a su (nueva) vida, una visitante inesperada llegará para hacer que las cosas se compliquen. Continúan el buen criterio narrativo de un Cullen Bunn que va construyendo poco a poco un personaje memorable, y el permanente acierto de Tyler Crook, que no baja de forma ni en su brillante dibujo ni en su trabajo con el color. El segundo episodio del volumen —la entrega 6 de la serie original— es una pequeña obra maestra del cuento breve de terror.
Si ser yo muy gruñón para esas cosas, tengo que mostrar un cierto enfado. Vaya por delante que la edición de Norma Editorial me parece adecuada, pero no puedo dejar de señalar que la traducción del título de este volumen me parece una oportunidad perdida. Doble Narración no tiene sentido cuando el título original del recopilatorio americano es Twice Told, una más que probable referencia a Twice-Told Tales, la influyente colección de cuentos de Nathaniel Hawthorne publicada en 1837, que, por cierto, dio pie a una curiosa película de terror dirigida por Sidney Salkow en 1963, cuyo título era ya una cita a una línea de La vida y muerte del Rey Juan de William Shakespeare.

lunes, 5 de junio de 2017

Briggs Land 1: Estado de excepción

Leído en junio de 2017. Seguro que no soy el primero en mencionar que resulta evidente que buena parte del cómic estadounidense actual ajeno al género superheroico o a la pura fantasía pertenece a la misma familia narrativa que ciertos dramas televisivos de cadenas o sellos como HBO, FX, Showtime o AMC. Televisión y cómic se han alimentado mutuamente de historias que hasta hace poco no era habituales en estos medios, muchas de ellas dramas relacionados con lo criminal que no dudan en combinar asuntos típicos del género policial, algo de comentario social, aromas de western y conflictos familiares quasi shakesperianos. Este es el género al que se adscribe una serie como Briggs Land, que ya anunció en 2016 adaptación para televisión, como no podía ser de otro modo, dado que desde sus primeras páginas anuncia a los cuatro vientos que quiere estar vinculada con esa nueva ficción televisiva que, ojo, no nació ayer, sino que emergió con el cambio de siglo, y quizá no con Los Soprano (HBO, 1999-2007) sino más bien con Oz (HBO, 1997-2003).
Caracterizada por la ausencia de personajes heroicos, buenos o simplemente amables, la historia de Brian Wood es una sólida especulación en torno a la violencia inherente al ejercicio del poder. Localizada en una zona independiente de facto de los Estados Unidos, en la que el ideal libertario ha dado lugar a una comunidad opresiva fundamentada en el crimen, el reaccionarismo y el racismo, comienza cuando, aprovechando que el líder, descendiente directo del fundador de la nación, cumple condena en prisión, su esposa decide hacerse con el control de la familia, el territorio, los recursos y todos los negocios. El conflicto se desencadenará cuando la comunidad reaccione a la instauración de ese nuevo matriarcado, en un relato que se desarrolla en escenas largas y abundantes en diálogos, puntuadas por ocasionales descargas de acción y violencia. Como decíamos, pura narración televisiva, a lo que ayuda la planificación y el dibujo funcional, elegante y fluido de Mack Chater, que puede leerse casi como un storyboard de esa hipotética teleserie.

sábado, 3 de junio de 2017

Doctor Strange and the Sorcerers Supreme: Out of Time

Leído en junio de 2017. Los que hayan leído estas notas de lectura que han ido conformando Los papeles del Club Zorglub saben que hasta ahora no había anotado lecturas en versión original. La razón es sencilla: algunas de las series que leo en su edición original —pienso en varias de las que ha ido publicando Image estos últimos años— las leo pensando que las recuperaré en edición española y que las anotaré tras esa segunda lectura. Pero he cambiado de idea. A partir de ahora, Los papeles del Club Zorglub recogerán todas mis lecturas, incluyendo las hechas en edición original. Valga este preámbulo marginal —y, lo reconozco, algo fuera de foco— para explicar también que comienzo las anotaciones de ediciones originales con el primer tomo recopilatorio de una serie muy reciente, a la que me he acercado principalmente por dos razones: porque me interesa mucho el personaje de Doctor Extraño —prometo que mi interés es anterior a la película de 2016— y porque admiro mucho (y aprecio personalmente) a Javier Rodríguez, el autor encargado del dibujo de la mayor parte de este volumen que recoge los primeros números de la serie Doctor Strange and the Sorcerers Supreme.
La idea básica del volumen es sencilla: Un mal primigenio, puro e inconcebible amenaza con destruir el tejido de la realidad, con una energía tal que ningún maestro de las artes místicas en solitario es capaz de ponerle el mínimo freno. La única solución posible es reclutar un equipo de varios Hechiceros Supremos. El mismísimo Merlín —sí el Merlín del mundo artúrico en persona— viaja por el tiempo y el espacio reclutando a los grandes maestros hechiceros que acompañarán al Doctor Extraño en la aventura. Lo que sigue a esa introducción son seis números de batallas mágicas, mucho espacio-tiempo desquiciado, interacciones entre personajes basadas un poco en la socarronería y otro poco en la vanidad y la soberbia —no olvidemos de que todos y cada uno de ellos son El Hechichero Supremo, o eso creen—, alguna que otra traición y un par de giros de guion interesantes. Todo ello muy acotado en el relato canónico de superhéroes.
Destacan en el libro dos capítulos: el primero —con unas páginas iniciales muy bellas gracias al trabajo de Javier Roríguez, Álvaro López y Jordie Bellaire, que culminan en la doble página (la octava y novena de la historia) de la conversación dimensional entre Merlín y Strange—; y el sexto capítulo, que combina la hiperficción explorativa —para entendernos, el efecto Elige tu propia aventura— con las típicas torsiones dimensionales del universo mágico Marvel. Y debo decir que ese último capítulo del libro ha tocado mi corazoncito de lector que sigue buscando tebeos sorprendentes.

domingo, 28 de mayo de 2017

The Wicked + The Divine 1: El Acto Faústico

Leído en mayo de 2017. Cada vez que leo cosas como este The Wicked + The Divine recuerdo por qué el cómic me parece el medio privilegiado para lo imaginario —ningún otro soporte, formato o medio de la cultura popular es capaz de invocarlo con la misma fuerza. Aquí, Kieron Gillen, con un impulso que evoca a los clásicos modernos del cómic británico — es inevitable pensar en Moore, Gaiman o Morrison en la idea— crea un mundo que entrelaza mitología, cultura pop y angst adolescente, en una mezcla que toma magnífico cuerpo gracias a la mirada glam de Jaime McKelvie y su visión del Panteón como una reunión de pop stars —ficticias, pero con evidentes rasgos de estrellas del pop que existen o han existido—. Este primer volumen es fundamentalmente una presentación del concepto y una disquisición sobre el glamour, visto a través de la mirada —y del monólogo interior— de un adolescente fanática de las deidades pop. Al mismo tiempo, es una solidísima propuesta de urban fantasy que se acerca de vez en cuando a los márgenes del género superheroico y que promete mucho. Seguiremos leyendo.

domingo, 14 de mayo de 2017

Creepy 7

Leído en abril de 2017. Leer el puñado de historias del montón que conforman este volumen 7 de los Archivos de Creepy sabiendo que la recuperación del nivel de calidad no llega hasta el siguiente no es especialmente placentero. Aunque en la nota de lectura del anterior volumen se comentaba que la revista comenzaba a remontar poco a poco, los números del 33 al 36, los de este séptimo, ofrecen contados alicientes para el lector. Si acaso, se leen por completismo. En cualquier caso, hay buenos momentos que acaban compensando la lectura. El número 33 ofrece la estupenda “¡En la caja!” de Tom Sutton y la notable “Invitada real” de Pat Boyette. El 35 incluye dos buenas historias de los mismos autores: “Clientes difíciles” de Sutton y “Justicia” de Boyette. En el 36 destacan “Sobre las alas de un pájaro”, con guion de T. Casey Brennan y dibujo de Jerry Grandenetti, y la historia que cierra el volumen, “Belleza congelada”, el debut en el cómic mainstream del entonces ya maestro del underground Richard Corben. 
Como curiosidad para aficionados e historiadores del medio, el tomo incluye el editorial que James Warren dirigió a los miembros del congreso y al gobierno de los Estados Unidos con el cual el editor de Creepy se alineaba inequívocamente con los detractores de la intervención estadounidense en Vietnam.

domingo, 9 de abril de 2017

Moon Girl y Dinosaurio Diabólico: BFF

Leído en abril de 2017. Una niña que se enfrenta a un cambio inminente y un ser monstruoso varado en un espacio y un tiempo que no son los suyos. Una inadaptada y un desplazado. Esa es la extraña pareja protagonista de este Moon Girl y Dinosaurio Diabólico que leo, como suele ocurrir, con varios meses de retraso respecto a su aparición en edición española. La idea, como es sabido, es una puesta al día de un concepto creado por Jack Kirby que hibernaba en el cajón de los clásicos de culto de Marvel olvidados por el gran público. Escrito por Brandon Montclare y Amy Reeder y dibujado por Natacha Bustos, este primer arco argumental de la serie ofrece al lector una aventura ligera que pone el énfasis, precisamente, en la diferencia. La diferencia de esta nueva encarnación respecto de la idea original de Kirby y la diferencia de la protagonista, la preadolescente Lunella Lafayette o Moon Girl, respecto a sus compañeros de escuela, respecto a los chicos y chicas de su edad y respecto a cualquier otro héroe Marvel.
Un tebeo diferente, con el que este lector ha disfrutado del dibujo y la narración de una Natacha Bustos que se muestra técnicamente muy dotada y brillante en muchas ocasiones. Este anotador de los papeles se declara incapaz de determinar si existe en nuestro mercado un gran público capaz de apreciar una obra así; también, a pesar de no haber entrado de pleno en la historia que propone el libro, se declara culpable de haberse emocionado con la dos o tres últimas páginas —hay que reconocer a los creadores que saben como acabar un arco argumental. Además, el tomo es un magnífico objeto editorial que incluye todos los extras que se suponen en una edición de lujo.

sábado, 25 de marzo de 2017

Harrow County 1. Innumerables seres

Leído en marzo de 2017. Solo después de haber visto en las tiendas el segundo volumen de Harrow County emprendo la lectura del primero. Supongo que lo hago así porque albergo la esperanza de que mi primer contacto con la serie me guste tanto que un solo volumen me sepa a poco y tenga que echar mano de la continuación inmediatamente.
(Digresión: se habla mucho del binge watching de series de televisión pero casi nadie habla del binge reading de cómic, algo que los aficionados a los tebeos sabemos muy bien qué es). 
Pues bien, al acabar de leer el primer volumen de la serie no he sentido la necesidad urgente de leer el segundo, pero desde luego, he decidido que mejor no tardar mucho en hacerlo. Porque quiero saber más de Emmy y de su historia de terror rural con criaturas extrañas ocultas en el bosque, espectros flamígeros y hechicería, que en el fondo es, como casi todas los relatos protagonizados por brujas —un ejemplo es la rigurosamente coetánea The Witch (Roger Eggers, 2015)—, la historia de una mujer que recorre el camino de la alienación a la emancipación. Y si bien esa historia se desliza por pasajes ya bien consignados en los anales del género, lo hace de un modo muy sugerente. En primer lugar, por el enfoque nada acartonado que Cullen Bunn le da al gótico rural; en segundo lugar, por el muy apreciable trabajo de Tyler Crook que, a partir de una puesta en página funcional y al servicio de una forma narrativa muy clásica, alcanza grandes cotas de expresividad con un notabilísimo uso de la acuarela. Porque Crook nos lleva como quiere de la luz de la granja y el campo a la escalofriante oscuridad —matizada por una gama de colores fantastique— de un bosque habitado por criaturas inconcebibles.
(Digresión 2: Aunque no tienen nada que ver una cosa con otra en aspectos narrativos y estéticos, las escenas del bosque de Harrow County me han evocado el título de un giallo de 1972 de Sergio Martino bastante apreciado por los connaisseurs del género: Tutti i colori del buio. Todos los colores de la oscuridad: hasta ese punto me parecen sugerentes el trabajo, y la paleta de colores, de Tyler Crook).

jueves, 2 de marzo de 2017

James Bond 1 - VARGR

Leído en febrero de 2017. No es habitual ver portadas de cómic en las que el nombre del guionista aparezca a un tamaño notablemente mayor que el del dibujante, pero parece que Warren Ellis se ha ganado ese privilegio. 
De hecho, parece que incluso se ha ganado el derecho de que su nombre ocupe más espacio que el del autor a que debemos la existencia del legendario personaje de James Bond. 
Nada que objetar a esa cuestión de tamaño, pero uno esperaría algo más de un escritor que goza de ese privilegio. Concretamente, esperaría algo más que una idea fuerte —una droga que se convierte en otra cosa— y un recurso resultón explotado con avidez a lo largo de la obra. A saber: el contraste entre breves escenas dialogadas que van ofreciendo píldoras del argumento y secuencias de enfrentamientos violentos (con resultado invariablemente letal) en las que la acción se dilata y detiene en el detalle de la violencia. 
Decepcionante esta nueva encarnación del personaje de Ian Fleming desarrollada por Dynamite, una editorial que, más allá de albergar un puñado de cabeceras muy interesantes, resulta especialmente entrañable por contar con la política de franquicias más desconcertante en el panorama actual del cómic estadounidense. 

viernes, 20 de enero de 2017

Creepy 6

Leído en diciembre de 2016. Como ya hemos apuntado en sus correspondiente notas, la lectura del cuarto y quinto volumen de la edición integral de Creepy no resultaba especialmente grata en comparación con la de las anteriores entregas. En el sexto volumen, sin embargo, el nivel de calidad de la revista comienza a remontar poco a poco. Son varios los estudiosos de las revistas Warren que consideran que el número 29 (que es el cuarto incluido en este volumen) es el comienzo de un período paulatino de repunte en la calidad de Creepy. A pesar de que el editor Jim Warren continuaba incluyendo reimpresiones y que mucho del material nuevo era de poca entidad, vuelven a la revista poco a poco autores de la primera época, lo que hace que se recupere el sabor clásico de Creepy. Regresa, por ejemplo, Jerry Grandenetti en “El diablo de las marismas”, una historia escrita por Don Glit, que, si bien tiene un argumento un tanto manido y pobretón, permite que luzcan el trazo y las aguadas de Grandenetti. También vuelve el mismísimo Archie Goodwin, con “El que ríe el último”. Otras historias destacables son “Dejarse caer”, que cuenta con un dibujo de Tom Sutton poderoso por momentos, y “Ser o no ser bruja”, con guion de Bill Parente y dibujo de Carles Prunés, primer autor español que publicó en Creepy y, por tanto, pionero —por su cuenta y riesgo, sin mediación de ningún agente ni editor— de lo que sería la spanish invasion en las revistas Warren durante los años siguientes. Mención especial merece "Dios de roca", el mejor relato del número 32 —el primero íntegramente formado por historias nuevas desde el 16—, escrito por Harlan Ellison y dibujado por Neal Adams.

Crononautas

Leído a finales de diciembre de 2016. Aunque cuenta con su legión de fans, la socarronería de Mark Millar puede espantar a determinados lectores. Esos personajes siempre prestos a soltar el chiste más gracioso en un momento de la trama en que lo que está ocurriendo no es precisamente para reír son quizá el único problema notable en este Crononautas que, por lo demás, es un estupendo tebeo de aventuras fantásticas. Resulta muy gratificante para el lector el modo en que Millar retuerce un planteamiento clásico de historia de viajes en el tiempo para trastocar la narración y entrar en territorios que pocos autores exploran. Además de los citados momentos de comedia grotesca —también, por cierto, de comedia romántica—, hay en este Crononautas algunas buenas ideas de ciencia ficción y, sobre todo, mucha aventura loca, en escenas de impacto que muestran las catastróficas mezcolanzas históricas provocadas por viajes temporales descontrolados. Es en ese terreno, en el del plano general de multitudes y escenarios delirantes, donde destaca el gran Sean Murphy, de cuyo dibujo ya nos declaramos enamorados cuando, hace ya bastantes meses, en estos Papeles del Club Zorglub anotamos la lectura de El resurgir (The Wake).

jueves, 12 de enero de 2017

Leñadoras

Leído en diciembre de 2016. Leñadoras (Lumberjanes en la versión original) nace cuando la editora de BOOM! Studios Shanon Watters decide poner solución a una carencia e impulsa la creación de una serie orientada a un público (pre)adolescente y, aun más importante, protagonizada por personajes femeninos poderosos. Junto a la escritora Grace Ellis, Watters desarrolla un concepto que, con guion de Noelle Stevenson y dibujo de Broke Allen, se convierte en una de las revelaciones de los últimos años, premiada en 2015 con eisners a Mejor Serie Nueva y Mejor Serie Adolescente. En un caso poco frecuente de obra de verdad colectiva, Leñadoras se desarrolla y presenta como creación de cuatro autoras: Watters, Ellis, Stevenson y Allen, a las que habría que añadir a Maarta Laiho, cuyo trabajo con el color termina de dotar de vigor y de una belleza muy especial a la obra. Este volumen editado por el sello Sapristi recopila las ocho primeras entregas de la serie, a las que esperamos que sigan bastantes más.
El argumento es posiblemente lo de menos: un grupo de chicas adolescentes pasa el verano en un campamento, viviendo aventuras a cuál más delirante y aprendiendo cosas sobre la vida y sobre ser una chica molona en un mundo complicado. Todo esto, claro, hasta que un giro, una revelación, digamos, mítica, sitúa la historia en otro plano.
El argumento es lo de menos, decíamos, no porque sea irrelevante o poco estimulante, sino por todo lo contrario: la naturalidad con la que lo sobrenatural, lo extraordinario y lo impensable irrumpen en la rutina convierte Leñadoras en una muestra muy relevante de lo que podríamos llamar nueva aventura, ese metagénero de nuevo cuño, referencial e irónico sin dejar de ser sincero y de estar conectado con lo cotidiano, que abunda en la producción cultural dirigida a los preadolescentes del siglo XXI.
No tan codificada como el género de superhéroes u otros géneros clásicos, esta nueva aventura tiene como marca común la combinación de acción, humor, surrealismo y “realidad”, pero admite diferentes enfoques y gradación de tonos —no es igual Leñadoras que la también extraordinaria Dungeon Quest de Joe Daly— y admite, igualmente, fácil traslación a otros formatos y soportes: las series de Cartoon Network Hora de aventuras, Historias corrientes y Steven's Universe formarían parte de ese panorama. La mención a estas series de animación no es en absoluto gratuita. No solo es pertinente porque BOOM! Studios sea la empresa editora del cómic de Hora de aventuras —y Noelle Stevenson haya trabajado en ese título— o porque Steven’s Universe sea la primera serie de Cartoon Network creada y dirigida por una mujer, sino también porque el dibujo de Broke Allen remite por momentos al trazo y a las formas de montaje y narración de ese nuevo cartoon.
A diferencia, no obstante, de esos referentes del cómic y la animación citados hasta ahora, el dibujo de Leñadoras hilvana un relato auténticamente diferente, que no solo ofrece una historia de misterio y aventura —en definitiva, de todo lo que podría molar en un campamento de verano— sino que construye una contundente reflexión sobre la amistad, la rareza y la aceptación de la diferencia. Un relato cuyo tema último es la sororidad. Y eso es algo que deberíamos celebrar siempre, seamos chicos o chicas preadolescentes o mujeres y hombres en plena edad adulta.

martes, 10 de enero de 2017

Star Trek: La ciudad al borde de la eternidad

Leído en diciembre de 2016. Editorial Drakul, que ya ha publicado media docena de cómics de Star Trek, se unió a finales de 2016 a la celebración (por cierto, algo escasa en nuestro país) del 50 Aniversario de la serie. Lo hizo con la publicación de este volumen que es, sin duda, un regalo para fans, pero que también es, me temo, un artefacto poco estimulante para quien se acerque a leerlo sin tener ya bien inoculado el veneno trekkie.
Es un regalo para el fan porque ofrece ni más ni menos que la reconstrucción de uno de los episodios legendarios de la serie: “La ciudad al fin de la eternidad”. Escrito por Harlan Ellison, el primer guion de aquel episodio fue descartado por ser demasiado caro de realizar y porque varios elementos de la trama eran “poco Star Trek”. Una revisión del guion, ya sin esos elementos conflictivos, se acabó convirtiendo en el vigésimo octavo capítulo de la serie. La leyenda crece cuando Ellison envia la versión inicial a la Sociedad de Escritores de América y gana el premio de la asociación en su convocatoria de 1968. Además, ese mismo año la versión final obtiene el Premio Hugo. Con el tiempo, el episodio se ha convertido en uno de los favoritos tanto de los fans y especialistas como de los implicados profesionalmente en Star Trek, así que no es raro que en IDW vieran la edición de una adaptación en cómic de aquel guion original como una forma más que digna de celebrar el medio siglo de vida de la serie.
El libro en sí es un buen objeto para el disfrute del fan, dado que contiene la adaptación del episodio en cuestión y un abundante paratexto: introducción y epílogo de Harlan Ellison, portadas de Paul Shipper y Juan Ortiz —todas ellas muy interesantes— y un amplio making of con anotaciones del dibujante/pintor J.K. Woordard. Pero como decía, el libro es también un artefacto raro para el no-fan. Y lo es, precisamente por el trabajo de Woodward, sin duda lo más discutible del proyecto: su estilo obsesivamente mimético agarrota la narración y convierte las páginas del libro en una especie de fotonovela de lujo, en un relato que no fluye. Teniendo en cuenta que la adaptación del guion de Ellison es prolija en escenas dialogadas con más que abundante texto, no parece que un estilo de dibujo tan poco dinámico como el de Woodward sea la elección más adecuada para la puesta en imágenes. Pero si en IDW deciden que sí, ¿quienes somos nosotros para discutirlo?
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domingo, 8 de enero de 2017

Golem

Leído en noviembre de 2016. Tardo en anotar esta lectura como tardé (demasiado) en leer este cómic que, bajo la apariencia de entretenimiento de género y de obra de puro homenaje, alberga ideas complejas y propuestas formales valiosas. Una mirada superficial a este Golem de LRNZ (Lorenzo Ceccotti) podría hacer pensar que su estética euromanga envuelve un sencillo remedo de cierta ciencia ficción algo sobada a estas alturas de siglo: de hecho, no es difícil detectar en ella ecos de Akira o Matrix (y, por tanto, de Los Invisibles) y de mucha ficción literaria de carácter distópico. Algunos críticos han citado también como referente a los Humanoides —y sí, se paladea regusto a Moebius—; y tampoco sería una locura añadir a esos nombres el de Tanino Liberatore y su RankXerox. Una mirada detallada, sin embargo, revela una historia con profundidad política y densidad simbólica —méritos, justo es decirlo, un tanto ensombrecidos por insistentes toques melodramáticos— y un trabajo plástico audaz, tanto en un dibujo y una planificación que conjuntan la más que evidente tendencia a lo japonés con la tradición europea, como en el uso de un color que, desplegado en técnicas y paletas diversas y siempre oportunas, es el auténtico punto fuerte de esta obra.

jueves, 5 de enero de 2017

Las emocionantes aventuras de Lovelace y Babbage

Leído en abril de 2016. Tenía pendiente anotar la lectura de este estupendo libro que tuve la oportunidad de presentar en abril de 2016 en la librería Gigamesh de Barcelona, en un acto que contó con la presencia de la autora y del profesor de la UOC César CórcolesLas emocionantes aventuras de Lovelace y Babbage es la versión española —a cargo de Editorial UOC y por iniciativa de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC—, de The Thrilling Adventures of Lovelace and Babbage, la novela gráfica de la ilustradora, animadora y creadora de efectos visuales para cine Sydney Padua. El libro, primera obra en historieta de la autora, recibió el Premio Neumann de la Sociedad Británica para la Historia de las Matemáticas y fue finalista en los Eisner de 2016.
La propia autora explica que la idea del Las emocionantes aventuras de Lovelace y Babbage vino después de emprender una pequeña investigación sobre la relación de colaboración entre Ada Lovelace —”científica poetisa, analista y metafísica” según propia definición, precursora de la informática y, detalle nada menor, única hija legítima del célebre poeta inglés Lord Byron— y Charles Babbage —el “padre de la computación”, creador de la máquina analítica, primer diseño teórico de una máquina programable para el cálculo—. La historia de Lovelace y Babbage acababa mal: ella murió joven y él no pudo acabar de construir su máquina analítica. El impulso creativo de Padua la llevó a imaginar una realidad alternativa en la que Lovelace y Babbage terminan la máquina, y combinando sus talentos, la usan para resolver toda clase de problemas y luchar infatigablemente por el bien y la grandeza del Imperio de su majestad la Reina Victoria. La “pequeña investigación” se convirtió en una gran investigación y esa “realidad alternativa”, sin dejar de ser claramente una obra de ficción, comenzó a apoyarse en en una ingente cantidad de datos, notas, bocetos y visualizaciones de la máquina.
Todo ese trabajo, publicado inicialmente en forma de blog, acabó convertido en un libro en el que Padua combina con gran encanto y mucho acierto tres líneas de exploración narrativa: una nada disimulada (como debe ser) aproximación de género a la matemática y a la informática como homenaje a la figura de Ada Lovelace, una divulgación de la historia de los inicios de la ciencia informática, y una ficción con aires de aventura steampunk francamente entrañable. Esas tres líneas narrativas se construyen sobre un guión cargado de información histórica y de humor, y sobre un dibujo que muestra cierto aire de familia, cierta relación de parentesco siquiera lejano, con las formas expresivas de Albert Uderzo, Walt Kelly o Christophe Blain (por citar algunos nombres que podrían venir a la mente al leer a Padua). Dibujo que, además, se amalgama con un uso muy expresivo de la tipografía, con anuncios de diseño victoriano y con infinidad de diagramas y esquemas conceptuales. Y, por si no había quedado claro el rigor de la investigación, con centenares de notas a pie de página.

martes, 3 de enero de 2017

Archie 1

Leído en noviembre de 2016. La década de 1940 fue uno de los períodos más importantes de la historia de Estados Unidos. El país entró en la Segunda Guerra Mundial, enviando a sus jóvenes a morir a Europa y al Pacífico, y obteniendo a cambio una expansión de su influencia económica y política sin precedentes. Mientras eso ocurría fuera, en el país se ampliaba el sistema de carreteras y se creaban las grandes zonas residenciales suburbanas, que se convertirían en el lugar en que la clase media estadounidense iba a criar a sus cachorros.
Ese es el contexto sociocultural en el que nace Archie, una de las instituciones más longevas y sólidas de la cultura pop estadounidense. El personaje nació hace 75 años en las páginas de Pep Comics, como un encargo del editor John Goldwater al guionista Vic Bloom y al dibujante Bob Montana, para ofrecer un cómic a los aficionados a las películas de Andy Hardy, interpretadas por la entonces estrella juvenil Mickey Rooney. Tanto las películas de Andy Hardy como los sucesivos cómics de Archie, eran comedias de buenos sentimientos cuyo objetivo esencial era celebrar la sencillez de la vida cotidiana en una América idílica e inocente.
Y eso es lo que ha sido Archie durante siete décadas y media: un tebeo sencillo e inocente que narra las aventuras en clave de comedia romántica de un grupo de jóvenes all American.
En los últimos años, los propietarios de la licencia han hecho toda clase de experimentos con ella, incluyendo crear dos universos paralelos para explorar la vida de Archie como un hombre casado y utilizar los personajes del universo Archie para contar historias de terror. Los experimentos acabaron en 2015, cuando los ejecutivos de la compañía ofrecieron a Mark Waid, guionista todoterreno conocido por la solidez de sus planteamientos y por su respeto a la tradición de los personajes con los que trabaja, y a Fiona Staples, la fantástica dibujante y cocreadora de Saga, relanzar el Archie clásico revitalizando su estilo narrativo y su look.
En los seis números de la serie que recopila este volumen, puede verse que el resultado de la operación de puesta al día fue interesante. Aunque la diferencia entre los tres primeros números —los dibujados por Staples— y los dos últimos —dibujados por Annie Wu y Veronica Fish respectivamente— es notable, el conjunto de este volumen ofrece aventura blanca, camaradería y triángulos amorosos juveniles con garra y acierto. Waid coloca los chistes y equívocos en el instante oportuno, montando drama y comedia a partir del trabajo con unas emociones juveniles que son mucho más difíciles de convertir en material narrativo de lo que parecería a simple vista. Y Staples brilla por momentos —por ejemplo, en la secuencia del baile del primer número—. 
No tengo muy claro si seguiré leyendo las siguientes entregas de este Archie, pero este primer volumen no me ha parecido una pérdida de tiempo ni de dinero. Hay que seguir de cerca las transformaciones de los iconos populares, y más si esas transformaciones son tan significativas como esta operación Archie.