jueves, 29 de marzo de 2018

La lotería

Leído en marzo de 2018. Shirley Jackson, una de las grandes damas de la literatura de terror, es autora de, entre otras obras de enorme valor, La maldición de Hill House (1959) y Siempre hemos vivido en el castillo (1962), y cuenta entre sus obras maestras con uno de los títulos indiscutibles del canon de la narrativa estadounidense del siglo XX: el cuento «La lotería». Mil veces citado directa o indirectamente, los ecos de la secularización de la lógica sacrificial que imaginó Jackson en su relato han llegado a nuestra época con energía renovada, como demuestra el éxito de fantasías distópicas como The Purge: La noche de las bestias o Los juegos del hambre y en general, las numerosas variaciones del tema del chivo expiatorio. El clima cultural es, por tanto, propicio para que un relato como «La lotería» circule de nuevo. Pero esa «relevancia cultural» no es lo único destacable de esta joya editada por Nórdica Libros. Otro punto de interés, nada menor, es que el autor responsable de la adaptación es Miles Hyman, artista plástico, ilustrador, historietista y, detalle importante, nieto de Shirley Jackson. Uno no puede leer la obra sin tener en cuenta este aspecto, presente desde la emotiva introducción en la que Hyman explicita el enorme respeto con el que se acercó al relato clásico de su abuela. El resultado de ese respeto es una adaptación solidísima, una «traducción» a los códigos de la narración visual que responde con tanta osadía como rigor a la perfección del artefacto narrativo de Jackson. En el dibujo de Hyman, cuya obra en cómic se ha desarrollado en Francia y para el mercado francés, se advierten con claridad las inevitables reminiscencias de Edward Hopper, aunque, hablando de referencias puramente historietísticas, mientras leía «La lotería» este anotador de papeles no pudo evitar pensar en un Loustal sombrío. En fin, solo queda reconocer la laguna de conocimientos e intentar conseguir más obras de Hyman.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Ciudad

(Re)leído en marzo de 2018. Por fin saco del estante dedicado a Giménez en mi biblioteca esta reedición de 2015 de Astiberri de uno de los clásicos de la etapa central de Juan Giménez —en este caso de 1991— y lo releo tras haberlo considerado durante mucho tiempo una de las obras fundamentales del argentino. Ya no estamos en los ochenta o a principios de los noventa, y el lector actual, resabiado y habituado a complejidades sin cuento en muchos ámbitos de la cultura pop, quizá considerará la propuesta narrativa de Ciudad algo ingenua y limitada en su alcance. Pero hay otro modo de verla, que es huir de lo retrospectivo y «leerla» en su contexto temporal. En 1991 no habíamos leído con fruición las aparatosas estructuras metalingüísticas de Grant Morrison —o habíamos leído muy pocas— y no habíamos visto películas como Cube ni series como Perdidos. Así que sugiero que interpretemos Ciudad como lo que es: como una serie de ejercicios de estilo a propósito del género fantástico y del propio arte de contar historias. Solo de ese modo puede entenderse que algunos de los diálogos escritos por Ricardo Barreiro suenen poco naturales y excesivamente literarios y que aun así sean coherentes y necesarios, o que muchas de las situaciones que se dan en la historia tengan poco sentido desde una lógica causal y solo lo tengan desde la lógica interna del ejercicio de estilo. Y, si nos queremos situar fuera de los márgenes de cualquier consideración «interpretativa», quedémonos con lo verdaderamente espectacular y excelente de la obra: el virtuosismo de Juan Giménez como narrador en imágenes.